6 may, CI.- Durante los temibles años del régimen nazi se instaló el Ministerio de Propaganda a cargo de Joseph Goebbels, un joven y pequeño hombre experto en manipulación que consolidó una estrategia comunicativa efectiva, logrando controlar las conciencias y la opinión pública de amplios sectores de la población alemana. A Goebbels lo recuerdan por su talento para organizar disturbios y volver esas situaciones a favor de su partido.

Por Julieta Penagos.* Entre las características de sus estrategias figuraban, por ejemplo, la minimización de situaciones simplificándolas a niveles de patetismo. De esa forma, nombrar los problemas se reducía a frases como “cierta gente es torpe” o “cierta gente es peligrosa”; así el enemigo era fácilmente enunciable e identificable. También reforzaron estereotipos humillantes sobre quienes supuestamente eran enemigos del proyecto nazista, consiguiendo que la ciudadanía identificara a los judíos como gente mala y deshonesta. En hechos donde hubo críticas a algún personaje de la vida política del partido, responsabilizaban al contrario de exactamente lo mismo, así evadían su responsabilidad y desviaban la atención. Uno de los principios que más me aterra fue la utilización del error del contradictor político exagerando sobre este y aprovechando el escándalo para todo tipo de fines.

Acorralar, anular, difamar al rival, ofrecer constantemente shows a la ciudadanía, manipular y alterar estadísticas e inventar cortinas de humo (sumado a una apuesta visual llamativa y llena de colores rojos) también estaba en la lista. Sus discursos se enfocaron en aprovechar los miedos de aquella sociedad, consiguiendo generar odio a lo extranjero y a la gente del pueblo judío. El Estado se alió con el Ministerio para generar un mensaje constante y unificado.

Sin duda, su trabajo efectivo ha sido fuente de inspiración en algunos Estados y medios de comunicación. Y el populista y extremo-derechista Gobierno de turno colombiano, no puede ser la excepción.

Durante años, hemos visto el relato acomodado y manipulador frente a las crisis permanentes que ha vivido el país, utilizando un mismo mecanismo para abordar todos los problemas y conseguir la aprobación de las mayorías. El enemigo ha sido señalado de ser la guerrilla, los responsables de los problemas los políticos de sectores progresistas y de izquierda; y los medios durante décadas han replicado la información sin hacer preguntas, ni ofrecer respuestas, sin investigar, ni problematizar, ni dudar, ni nada.

Antes de cualquier análisis, siempre hay que recordar que los grandes grupos económicos del país son los dueños de los medios de comunicación y, por ende, mueven la información según sus propios intereses de clase. Para mantener sus privilegios, necesitan consolidar la desigualdad y la desinformación como principio fundamental. Su trabajo ha asegurado que la población colombiana asuma la negación continua y constante de sus propios problemas.

Medios corporativos colombianos

Y, ¿quiénes hacen parte de los medios de comunicación? Empleados y empleadas que trabajan para gente con mucho poder, haciendo que su rigor profesional sea mínimo, su autonomía nula, su criterio quede archivado y de sus conciencias sabemos poco. Allí vemos figuras como Néstor Morales, Hassan Nassar, Juan Diego Alvira, Vicky Dávila y otros tantos bien conocedores de las reglas arriba mencionadas.

Sobre las movilizaciones que empezaron el 28 de abril por el Paro Nacional contra la propuesta de Reforma Tributaria de Iván Duque, insistieron en asumir la misma postura: minimizar, estigmatizar, humillar, simplificar, echarle la culpa a quienes se manifestaban de la crisis y silenciar a las mayorías en las calles.

Sin embargo, la revolución tecnológica les está jugando una mala pasada y empezaron a entender -seguramente con preocupación- que perdieron el monopolio de la información y que el relato no lo arman solamente entre ellos, sino entre todos y todas con los teléfonos celulares que andan por ahí, sumado a que no contaban con los poderosos efectos de este paro.

En la convulsionada y violenta historia de Colombia, la prensa hegemónica ha narrado a quien se manifiesta como un delincuente. RCN, W Radio, Caracol, El Tiempo y la larga lista que ustedes ya conocen ha aplicado ciegamente las reglas de la propaganda nazi.

Tenemos que hablar

Vicky Dávila es, quizás, la gran metáfora de esa perversidad y esa decadencia al mismo tiempo. Por eso la llamo a conversar, porque nombrándola a ella los incluyo a todos. Es fundamental entonces hablar de Semana, de su giro y de los efectos que su trabajo tiene en el país, en el periodismo, en las facultades de comunicación y en las conciencias de algunas personas.

La narrativa de Vicky Dávila, su actual directora, ha sido la misma durante años: un poco de emotividad ligera, mucha frivolidad y superficialidad en cualquier cubrimiento, explotación mediática de los grandes escándalos, estigmatización a las mayorías y -en su caso particular- el aprovechamiento de su condición de mujer para evadir las críticas a su falta de rigor profesional. Quizás ha sido ella quien más ha usado los conceptos de vandalismo y terrorismo (después de Álvaro Uribe) para deslegitimar las movilizaciones. Su equipo se parece bastante a ella y estoy pensando en Luis Carlos Vélez. Hemos oído como, en complicidad con sus compañeros de mesa en la FM, ridiculiza a quienes entrevista cuando no responden lo que le conviene a sus jefes, haciéndoles encerrona en actos humillantes, poniendo en duda lo que dicen con argumentos juveniles como entre chiste y chanza, mientras suenan divertidos. Y ni siquiera tiene olfato periodístico o político, siempre se equivoca. Hace lecturas torpes e interpreta mal la coyuntura, como cuando sugirió que el Presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, en un acto de caballerosidad tenía que hacerse a un lado. O como cuando llamó el actual Paro Nacional un fracaso. No entiendo cómo los poderes la llaman si el riesgo de equivocarse con ella es tan alto.

Y un ejemplo aún más insignificante es El Control, columna semanal de María Andrea Nieto. Una analista que no analiza, pero sí señala, culpa, ridiculiza y especialmente comete errores. Aunque hay que reconocer su valor para hablar sin saber ni investigar: el 17 de febrero reaccionó a un comunicado de la senadora Victoria Sandino y, al opinar sobre el Proceso de Paz, mostró como no sabe qué es un Espacio Territorial para la Capacitación y Reincorporación -ETCR-. Leyó dos veces la sigla y dijo “Etcétera”. Si Semana tuviera un equipo interesado en aparentar rigor, pues simplemente no dejarían que la señora saliera o monitorearan todos sus “análisis”. Porque si les sigo contando, habría un montón de torpezas y preguntas mal formuladas o de fácil respuesta de que hablar. La decadencia de Semana puede medirse en El control. ¡Qué descontrol!

La instalación de esos mensajes tiene efectos perturbadores en toda la sociedad: confronta a las familias entre sí, anula la capacidad crítica de un alto porcentaje de ciudadanías, implanta constantemente temores a la diversidad, a Dios, a los derechos, a las diferencias, a las libertades y maltrata a quien hace preguntas, duda o se manifiesta.

Sobre el periodismo hay mucha tradición de hacerlo con un lenguaje plagado de racismo, clasismo, sexismo y otros escándalos que ha dejado la cultura. Sin embargo, el periodismo debería de considerar la responsabilidad poniendo en contexto los hechos, exponiendo con rigor muchos puntos de vista, privilegiando voces expertas y apelando siempre a la ética para saber qué decir, por qué hacerlo y cómo hacerlo.

Es inaudito que para leer cubrimientos con enfoques distintos al colombiano nos toque buscar en el New York Times o la Deutsche Welle. Es inaudito que en su narrativa el vendedor, la estudiante y el politólogo armen un relato que nos permita entender por qué las calles están llenas de gente. Es inaudito que ninguno de estos medios hable de vandalismo ni terrorismo en ninguno de sus párrafos. Es inaudito que después de ochos días continuos de Paro y movilizaciones, los grandes medios continúen negando la masacre y volviendo delincuentes a quienes se manifiestan. Es inaudito que los grandes medios desconozcan la grave crisis que viven los colombianos y las colombianas. Es inaudito que no se den cuenta de que sus cubrimientos profundizan resentimientos y son generadores de violencias.

Si los medios de comunicación siguen estando en manos de los grupos económicos, difícilmente tendremos libertad informativa y el periodismo seguirá ignorando y ocultando lo que nos pasa, mintiendo sobre nuestros asuntos y cubriéndole la espalda a sus patrones con plata.

Hay que reconocer, desde luego, la relevancia que ha tenido la prensa independiente y algunas voces de la sociedad civil. Agradezco a Con la Oreja Roja, Pacifista, Temblores, La vorágine y a Colombia Informa por sus cubrimientos en barrios, regiones y por dar una ruta de atención a víctimas. Los análisis de Ariel Ávila siempre pertinentes y aclaradores. A Antonio Morales y Ana María Arango, de El Café Picante, porque también nos dan una dimensión amplia del Paro y las posibles consecuencias para el país.

Termino esta columna contando nueve disparos de arma de fuego. Movilizarse es democracia, y el Paro sigue.

*Julieta Penagos es periodista feminista y colaboradora de Colombia Informa.

CI JP/PC/06/05/2021/15:00