22 mar CI.- En estas líneas intento observar y entender un desastre que nunca he deseado, con el fin de ubicar las maneras de transformarlo hacia una oportunidad de cambiar el mundo.

Por: Sarah Martin* Escribo hoy, o escribimos, porque estas líneas pasaron por varias manos y mentes antes de ser publicadas, porque necesito parar y pensar por un momento en lo que está pasando; siento que estos días la inmediatez del chat no me ha dejado ordenar las percepciones.

Iniciemos por ahí, las percepciones.

Estoy confundida en el qué hacer; me preocupo por la gente encarcelada, marginalidazada y que vive al día en las grandes urbes. Me siento desamparada ante la angustia que viven muchos de mis seres queridos, me alegran las muestras de solidaridad de muchas personas y me sorprenden otros individualismos inesperados.

Es difícil decir eso, pero siento alivio. Siento que se levanta una cortina que sentía demasiado pesada para levantarla, una cortina que escondía muy mal la catástrofe en curso, al ritmo de la inundaciones, huracanes y otras alzas de temperaturas pre apocalípticas. Sé que debo resistir a la ilusión de que la pandemia pueda convertirse en una dicha porque abre una grieta en una versión del mundo que siempre he querido cambiar.

No es que no me sorprenda que esté pasando, pero no me parece tan descabellado. Quienes nos movemos en paralelo de ese mundo buscando por donde lo transformamos, hemos dicho muchas veces en comunicados poco inteligibles que algo así iba a pasar. Naomi Klein nos habló de la Doctrina del Shock, Walter Benjamin del estado de excepción permanente, Rosa Luxemburgo de socialismo o barbarie.

Intentando entender mejor lo que sucede, leí a Zizek; me ayudó a poner palabras a algunas cosas, me explicó que se podría tratar de un golpe a lo Kill Bill contra el capitalismo, y que en pocos casos, ante la disyuntiva socialismo o barbarie, tendremos la oportunidad de plantear otro mundo o de volverlo a perder todo.

Leí textos anti imperialistas, bien resumidos por Noam Chomsky que dan cuenta de los posibles orígenes del virus en la guerra comercial y biológica, pues, casualmente, primero llegó a China, Iran y Europa. También pienso en Howard Zinn que, haciendo alusión al 11 de septiembre del 2001, decía que realmente no importa el origen, este mundo y sus contradicciones produjeron esa situación. ¿Ahora qué?

Le puede interesar: El capitalismo es la pandemia, defender el agua y los territorios nuestra resistencia

Cuando caminé por las calles, antes de encerrarme en casa y refugiarme en la ventana del internet, no podía dejar de observar las similitudes entre lo que ocasiona la ‘pandemia’ y lo que siempre he querido que logren los paros y las huelgas que nunca son lo suficientemente globales para parar las bolsas, así como lo hizo el virus.

Desde mi ventana digital disfruto leer una obra literaria del ‘Monologo del virus‘ que en primera persona enuncia: «Vine a parar en seco la maquina de la cual no encontraban el freno de mano».

En este contexto aparece de manera contundente la inviabilidad del modelo de civilización, empezando por la ciudades que se caracterizan por el transporte masivo, la ausencia de soberanía alimentaria, el mercado como único rector de las relaciones humanas. Esto también ha convertido la salud en mercancía y ha hecho imposible enfrentar una pandemia con servicios públicos tan precarios y, en algunos casos, inexistentes.

Estos días me he sentido más impotente que nunca ante los noticieros, anunciando en ráfagas, que los gobernadores transformarán sus departamentos en «Estado Nación» cerrando las fronteras imaginarias de Boyacá o Cundinamarca, mientras la alcaldesa de la capital prepara su campaña presidencial y el presidente aprovecha la oportunidad para declarar que, por decreto, él tiene todo el poder, mientras que los juristas le recuerdan el marco legal del país.

También he sentido la frustración de no poder abrazar estos días, como una desvinculación más de nuestra naturaleza que erige la causa del mal en remedio. Sufro ya de sentir que mis relaciones sociales ahora están mediadas exclusivamente por ese terrible teléfono que me pudre la vida. Dudo que la infraestructura del internet centralizado se mantenga y desconozco los efectos de su colapso. Y sencillamente me he alegrado de que Cuba exista.

Siento la frustración de no poder acompañar a mis compañeros al otro lado del país mientras recogen el cuerpo de un compañero asesinado, entre miedo y dolor, porque la guerra de quienes quieren aniquilar las posibilidades de soñar en un mundo justo no para por pandemia. Esa sí no la para ningún virus.

Me preocupan los desacuerdos entre mis compañeras y compañeros con quienes esperaría poder discutir todo esto, me preocupo por la vecina que grita indignada desde su ventana a causa de un cacerolazo del cual dudo que alguien entienda el motivo real. Quiero ser responsable y evitar contagió y propagación, pero no puedo olvidar que la mayoría de la gente de este país aguantara hambre antes de enfermarse.

Tengo la profunda convicción de que si nos dejamos gobernar por los de siempre, apagaremos las posibilidades de transformar el mundo y de construir otro sistema.

En mi cabeza divagan algunas ideas cómplices del qué hacer: establecer redes de solidaridad en el barrio, cajas de solidaridad, juntar recursos para compartir entre más gente; publicar alternativas a google, que parece el gran ganador de la pandemia, fichando más gente, grabando conversaciones, manipulando opiniones, como lo llevan haciendo desde hace décadas, dando pasos hacia el establecimiento de su propio orden mundial.

A cada instante resuenan en mi mente las exigencias del movimiento carcelario que está preparando grupos de solidaridad, exigiendo que dejen entrar tapabocas reutilizables, la liberación de los sindicatos, de personas mayores o con situaciones de salud delicadas. Me pregunto por qué hace falta tanto miedo y tantos muertos en las cárceles para entender que se necesita actuar ya.

No sé por qué no me abandona la esperanza, cuando cualquier posibilidad de acción colectiva y de correlación de fuerzas pareciera aniquilada por la tentación de acatar ciegamente las medidas de protección ante lo que aparece como el mejor enemigo posible, el que nos llevó a encerrarnos en casa tan fácilmente.

Mientras tanto recuerdo que tengo poco apego a la normalidad del ayer y sed de ver emerger otros posibles.

Pienso en mis amigas brujas con quienes llevamos un tiempo percibiendo que se avecina un abismo, un terremoto global y mira, aquí esta.

Lea también: [En imágenes] Primer día de aislamiento obligatorio en Bogotá

Pienso en los delfines reapareciendo en el puerto de Venecia, en la felicidad de las aves sin tantos aviones. Siempre supe que algún día ya no habría tantos aviones para darle la vuelta al mundo en pocas horas, no creí que fuera en el 2020, pero vea.

*Sarah es colaboradora de Colombia Informa en la ciudad de Bogotá

CI SM/ND/22/03/2020/17:00