11 sep CI. – La Carta de Jamaica fue escrita por Simón Bolívar el 6 de septiembre de 1815 en Kingston. Quisiéramos señalar algunos elementos por los que este documento sigue siendo tan importante y vigente en la actualidad.
En primer lugar es una carta, no un manifiesto abiertamente político, y eso le da cierto tono íntimo y subjetivo a su escritura; lo que escuchamos es más una conservación entre dos hombres que comparten una preocupación, el destino de América: usted ha pensado en mi país, y se interesa por él, este acto de benevolencia me inspira el más vivo reconocimiento, le dice en un momento Bolívar a Henry Cullen, el ciudadano jamaiquino al que responde. En su enunciación, la carta se dirige a ese nuevo sujeto histórico emergente: el ciudadano americano, y en la medida en que habla con ese sujeto, está creándolo discursivamente. Es Bolívar hablándonos al oído a los americanos de todos los tiempos.
En segundo lugar, es una carta escrita desde la derrota. Bolívar se refugia en Haití huyendo de las tropas del pacificador Morillo, que ya reconquistaron Venezuela y sitian Cartagena. Los fusilados se cuentan por millares. Ha fracasado en el intento de buscar la ayuda de los ingleses, y se encuentra solo en una isla, sin dinero, tropas ni pertrechos. Es por eso que en la Carta de Jamaica sentimos más la incertidumbre del hombre que se aferra a la esperanza, que la seguridad del guerrero en la victoria:
“Con cuánta emoción de gratitud leo el pasaje de la carta de usted en que me dice: “que espera que los sucesos que siguieron entonces a las armas españolas, acompañen ahora a las de sus contrarios, los muy oprimidos americanos meridionales”. Yo tomo esta esperanza por una predicción, si la justicia decide las contiendas de los hombres”.
Aunque los hechos sean adversos, Bolívar reafirma su esperanza porque sabe que la causa americana es justa. Es ahí en donde encuentra la fuerza que lo empuja, en la justicia de su causa. Quizás por eso, la Carta de Jamaica tiene más resonancia histórica que las constituciones o los manifiestos que firmó Bolívar en el apogeo de su gloria, porque sentimos allí cierto temblor en su voz, cierta duda que nos acerca más al hombre de carne y hueso que al héroe de piedra. Los latinoamericanos y latinoamericanas nos reconocemos allí, en ese hombre luchando contra las adversidades aun en medio de dudas y sombras, porque esa es también nuestra vida.
En tercer lugar, el tono profético de la Carta de Jamaica: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”.
Bolívar nos anuncia la utopía del nuevo mundo, una utopía que siempre ha estado presente: desde las historias del Tahuantinsuyo, pasando por las crónicas de los conquistadores que creían haber encontrado el paraíso terrenal en las tierras americanas, hasta la lucha del Che y del comandante Chávez, la idea de una América unida vive en lo profundo de nuestros sueños. Pero Bolívar no era ingenuo:
“Aunque aspiro a la perfección del gobierno de mi patria, no puedo persuadirme que el Nuevo Mundo sea por el momento regido por una gran república; como es imposible, no me atrevo a desearlo; y menos deseo aún una monarquía universal de América, porque este proyecto sin ser útil, es también imposible. Los abusos que actualmente existen no se reformarían, y nuestra regeneración sería infructuosa. Los Estados americanos han menester de los cuidados de gobiernos paternales que curen las llagas y las heridas del despotismo y la guerra”.
El hecho de haber sido dominados durante siglos por un imperio que les negó cualquier existencia política, sumió a los americanos en una especie de infancia permanente, pues eran hombres y mujeres sin ninguna experiencia en las cuestiones del gobierno. Bolívar entendió que el camino por recorrer era largo y escabroso.
Sin embargo, los profetas muchas veces no hablan con sus contemporáneos, sino con los hombres y mujeres del futuro, como un mensaje que se guarda en una botella y se arroja en el mar de los tiempos. Es por eso que la carta de Jamaica es quizás el texto más actual en el ideario bolivariano, porque es una carta abierta que aún está en búsqueda de sus lectores, esperando ser entendida, descifrada, y lo más importante, puesta en práctica.
En cuarto lugar, conviene recordar que para Bolívar el primer paso de esa unidad latinoamericana estaba en la unión entre los pueblos de Venezuela y Colombia, que vislumbraba como posible y necesaria aun en ese momento:
“Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar una república central, cuya capital sea Maracaibo o una nueva ciudad que con el nombre de Las Casas (en honor de este héroe de la filantropía), se funde entre los confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahía Honda. Esta nación se llamaría Colombia como tributo de justicia y gratitud al creador de nuestro hemisferio”.
En esa frontera en donde hoy se habla de crisis y enfrentamiento, Bolívar vislumbró que estaría la capital de esta nueva república ¿Error histórico? Tal vez, al fin y al cabo, esta carta fue escrita hace 203 años por un hombre derrotado y solo, mientras se refugiaba en una isla caribeña. Pero serán los pueblos latinoamericanos los que se encarguen de demostrar o refutar ese error, porque la Carta de Jamaica aun no llega a su destino.
CI JP/AO/11/09/18/18:07