14 ene. CI.- El sábado 17 de noviembre de 2018, un llamado en Facebook a salir a protestar con chalecos amarillos encontró eco en las calles y vías de Francia. Después de dos meses de bloqueo de vías, protestas multitudinarias y enfrentamientos directos con el Estado, el movimiento sigue sorprendiendo al mundo mientras atemoriza al gobierno del país. 

La razón inicial del descontento fue la estipulación de un impuesto a los combustibles, alegando el compromiso «ecológico» del Estado francés para enfrentar al cambio climático. Esta fue la chispa que prendió la bomba en un contexto de intensificación de las desigualdades sociales.

Surgimiento de un pueblo

El movimiento de los chalecos amarillos -símbolo de la movilidad con energía fósil, es obligatorio contar con esta vestimenta reflectiva en cada vehículo por motivos de seguridad vial- ha roto con todos los estándares de la protesta social.

Inició en el mandato del presidente Emmanuel Macron, un gerente de bancos y multinacionales antes de volverse gerente de la “Empresa Francia”. Las políticas del gobierno generaron descontento: Disminución del subsidio a la vivienda, supresión del impuesto sobre la fortuna, reformas de todas las estructuras sociales del país. Sin embargo, nada se compara con el movimiento generado por esta «tasa carbón».

El pueblo que ha salido a las calles está compuesto por una clase social a la cual se le enseñó a agachar la cabeza, a la que se le prometió que si trabajaba duro y con ganas, si se aguantaba la desigualdad del sistema, tendría la recompensa de vivir tranquilamente, sostener a su familia, volverse dueña de su vivienda, e incluso tener un carro propio, porque eso sí, debería vivir en zonas alejadas, suburbios o zonas rurales donde no tendría más opciones de transporte.

Y ahora resulta que incluso con su dura labor ya no alcanza a llegar a fin de mes, ya no hay de donde echar gasolina al carro, por lo cual se queda aislado sin poderse movilizar y además le están diciendo que tiene la culpa de la crisis ambiental planetaria por su modo de vida.

El grado de humillación ya era insoportable, y por medio de las redes sociales inicialmente, muchas personas se dieron cuenta, mirando de reojo hacia los lados, de que no eran las únicas en vivir un profundo malestar. Que no eran personas locas pensando mal, o más bien, que eran cientos, miles de locas que no querían seguir agachando la cabeza.

Esta gente de clase popular, o media-baja, en todo caso es la que está en las calles y en los rond-point -giratorios-, muchas veces no habían salido a protestar antes del 17 de noviembre. No son de izquierda, ni de extrema izquierda. No son de derecha, ni de extrema derecha. O más bien son un revuelto de todo esto y más cosas, y gente «apolítica», y por primera vez no les es suficiente trabajar duro, nunca habían tenido que salir a exigir, a reclamar.

A partir de esta experiencia práctica cotidiana, es que poco a poco va surgiendo un pueblo que comparte ciertas vivencias comunes. Se trata verdaderamente de un movimiento popular, masivo y espontáneo, y como tal no tiene formato ideológico preestablecido y domina una profusión de ideas sumamente diversas desde las más conservadoras e incluso fascistas, hasta las más progresistas e incluso revolucionarias.

Inteligencia colectiva en actos

Sin organización formalizada y rechazando todo tipo de representación, durante la semana se van ocupando giratorios en las carreteras, bloqueando efectivamente los flujos de la economía, se bloquean los centros comerciales y centrales de abastecimiento de almacenes de cadena, las zonas portuarias, incluso los depósitos de gasolina. Las protestas se han extendido hasta la isla de La Reunión «ex-colonia» hoy llamada en un eufemismo políticamente correcto: «departamentos y territorios de ultra-mar».

También se tomaron edificios para abrir «casas del pueblo» donde reunirse y organizar lo que sigue. Y los sábados, durante los Actos, se arman protestas importantes en muchas ciudades. Cada Acto crea un cambio fuerte en el desarrollo del movimiento, pues sí durante el Acto I y los que le siguieron se escuchaba mucho la consigna de «la policía con nosotros», ya la muchedumbre tiene claro que las «fuerzas del orden» no están para servir sino para asegurar que todo sigue igual.

Protestas en Francia- Licenciada bajo Creative Commons

Esa evolución lo resume bien un artículo del medio de información Lundi Matin: «Después del Acto I, ya no veíamos igual al Palacio del Eliseo (Casa del Presidente) se volvió un objetivo. El Acto II cambió para siempre la imagen que mucha gente tenía de la policía. El Acto III indicaba que una insurrección estaba a nuestro alcance, en París como en las regiones. El Acto IV perturbó nuestras representaciones lejanas y exóticas de lo que es una dictadura, por el despliegue sin precedente de las fuerzas del orden. El Acto V destituyó a París como capital de Francia y el Acto VI sin duda cambió profundamente nuestra visión de las compras de Navidad. Cada vez nos despertamos el domingo y nuestra percepción del mundo ha cambiado.

En este movimiento, la izquierda «tradicional» así como las organizaciones revolucionarias se quedaron en pañales, y mientras se van uniendo con curiosidad y desconcierto, muchos todavía no se deciden a participar de un levantamiento tan «impuro», donde se mezclan conceptos ideológicos y referencias históricas como si fueran juguetes chistosos pero inútiles.

Ahí no importan derechas o izquierdas, partidos o sindicatos, los conceptos de huelga o de negociación son ausentes y del gobierno ya no se quiere saber nada. Si algo se volvió claro, es que los personajes políticos mienten y se hacen regalos entre ellos mientras que su policía le da en la porra a quienes se atrevan a no quedarse quieto. Y si no hay reivindicaciones que negociar, tampoco tiene sentido tener representantes, voceros, pues esas figuras volverían a entrar en el juego politiquero, y a la final, venderían el movimiento por unas migajas.

Lo expresó muy sencillamente un chaleco amarillo de Caen: «no hay que tener jefes: porque a los jefes les cortamos la cabeza». Otro artículo del medio Lundi Matin insiste: «el bloqueo definitivamente se impuso sobre la huelga, la representación dejó el lugar a la organización y el levantamiento rompe con los códigos de la manifestación». 

Incluso están volando en pedazos las categorías tan importantes en Europa de violencia/no-violencia, esa dualidad clásica entre ciudadanía que protesta de un lado y agitadores fuera del movimiento que llegaron para romper todo del otro. Como lo explicó un chaleco amarillo en la asamblea de Tolosa: «No sirve de nada dividirnos en cuanto al tema de la violencia, bien podemos ver que cada uno de nosotros es distinto según el momento del día: llegando a las 2pm estamos con ánimos de fiesta y no se nos ocurriría hacerle daño a nadie; a las 3.30pm, ya los gases [lacrimógenos] nos calentaron y sentimos la obligación de defendernos; a las 4pm hasta podemos tener ganas de atacar, y luego nos volvemos a calmar.»

El Estado en apuros

El Gobierno empezó reaccionando con desprecio, el cual ha sido constante y característico del «reino» de Macron, y se intentó oponer a los que se preocupan de los «fines de mes», tratando la gente que salía a las vías con chalecos amarillos como una chusma anti-ecológica contra los que se preocupan del «fin del mundo» que son los ambientalistas, las marchas por el clima, los buenos ciudadanos conscientes del planeta. Así mismo intentó deslegitimar el movimiento aprovechando la presencia de franjas de extrema derecha, comunicando excesivamente sobre unos casos de violencia racista, homofóbica, los cuales fueron unos casos muy aislados aunque esto no les quite gravedad.

Pero muy rápidamente quedó claro que no iba a ser suficiente, y es obviamente la represión que ha sido la principal respuesta, conjuntamente con los intentos fallidos de conseguir representantes con los cuales negociar. Esa represión alcanzó niveles nada habituales en Francia, aunque cada vez más frecuentes.

En un solo día de protesta en París, se llegaron a disparar 8000 lacrimógenas, más de 1.000 disparos de proyectiles de goma, más de 1.000 granadas aturdidoras y 339 granadas GLI-F4, que resultan ser unas granadas ofensivas con 25g de TNT las cuales Francia es el único país europeo en usar contra la población civil.

https://www.youtube.com/watch?time_continue=53&v=ChWf1RTQVZg

Y la represión empieza aguas arriba de los motines. Para el 8 de diciembre todos los medios masivos de comunicación invitaban a la gente a no salir a protestar, anunciando una represión dura, con la presencia de tanquetas blindadas y advirtiendo del riesgo para la integridad física: Una amenaza clara para quienes se atrevieran a desafiar el poder y una forma de meter poco a poco en las cabezas la idea de que podrían morir al salir a protestar contra el gobierno.

De hecho, ya son 11 personas las que han muerto en el levantamiento, de las cuales por lo menos una fue directamente por el actuar de la policía. En un solo día de protesta también se ha podido llegar a 5.000 detenciones preventivas, cogiendo más o menos al azar a personas sospechosas de ir a participar de las concentraciones, desde los peajes, en paradas de bus, al salir de su carro particular, etc.

Pero la reacción de las personas en las calles de las ciudades es más bien opuesta a la clásica y esperada huida caótica frente a los disparos de granadas. Los chalecos amarillos están convencidos de su legitimidad y que el gobierno les conteste con violencia más bien aumenta la rabia, el descontento y termina de reafirmar que con esta clase gobernante no hay nada que negociar, siendo la única opción el enfrentamiento.

¿Y ahora?

Con las vacaciones navideñas, en Francia son solamente 2 semanas de descanso académico en esas épocas. El Presidente esperó e intentó convencerse, así como convencer a todo el país de que el movimiento iba perdiendo fuerza. Claro que las protestas fueron menos numerosas pero no menos combativas en muchas partes para los días 22 y 29 de diciembre, incluso muchas personas pasaron la noche del 31 en giratorios, calentándose con las fogatas en pleno invierno y compartiendo comidas, historias y sonrisas.

Las vacaciones suelen marcar el fin de movimientos importantes, pues la gente se va a otro lado, cambia el ritmo rutinario, y al regresar por lo general los ánimos ya se calmaron, haciendo difícil volver a arrancar. Esta vez, no se interrumpió en un momento tan importante culturalmente como es la Navidad y el Año Nuevo y volvió a arrancar con el Acto VIII el 5 de enero de 2019, con motines muy fuertes en ciudades como Caen, Nantes, Saint Nazaire, Montpellier o Toulouse.

Esto deja pensar que va todavía para largo, y ya en varias partes del país se está reflexionando sobre las formas y posibilidades para ir proyectándose a mediano o largo plazo, transformando el movimiento para que pueda durar más allá de un acontecimiento coyuntural.

Una franja de los chalecos amarillos tienen la intención de presentar reivindicaciones claras, entre las cuales sobresalen la creación en la Constitución de una refrendación de iniciativa popular –RIC- para opinar sobre decisiones importantes del país, un cambio de Constitución, y la salida de la Unión Europea (Frexit, en referencia al proceso del Brexit de los británicos).

La asamblea de chalecos amarillos de la ciudad de Commercy, que había lanzado un llamado a que en cada lugar se fueran reuniendo unas asambleas populares para organizarse colectivamente más allá de los motines y los bloqueos, propuso en un segundo llamamiento que tuviera lugar en esa misma ciudad una asamblea de las asambleas el próximo 26 de enero, con el fin de irle dando otra dimensión al movimiento y darle perspectivas a largo plazo.

Si el levantamiento no surgió de ningún movimiento organizado, ya ha llevado a la gente a organizarse de hecho, entre vecinos, colegas, amigas, para salir a protestar, alimentarse, transportarse, reaccionar ante la represión. Descubrieron la fuerza colectiva de la determinación y ya muchas lo dicen: ¡“Ya nada será como antes”, “no podremos volver a la vida que teníamos, ni pensarlo”!

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