25 ene. CI. El 26 de enero de 1795, en la ciudad de Guaduas, Cundinamarca, nació Policarpa Salavarrieta. La Pola, como también es llamada esta heroína de la independencia de Colombia, jugó un importante papel como espía.

La Pola se crió en una familia acomodada y respetada pero no poseía ningún título real. Su familia se trasladó a vivir a Bogotá en 1797, allí su padre, madre y hermanos murieron a causa de una epidemia de viruela. Por lo tanto, La Pola volvió a su natal Guaduas donde trabajó como costurera y, según algunas versiones, como maestra en la escuela pública.

Participó en el grito de independencia del 20 julio de 1810 a sus 14 años. Más adelante, sus actividades durante la época independentista estuvieron especialmente vinculadas con el ejército patriota de los Llanos; recibió y envió mensajes, compró material de guerra, convencó individualmente a jóvenes y les ayudó a adherirse a los grupos patriotas. Por su desempeño en el espionaje, Policarpa se volvió rápidamente indispensable para la causa patriota. Ella trabajó siempre al lado de algún compatriota como su hermano Bibiano, pero su compañero de trabajo más importante fue Alejo Sabaraín. Sabaraín luchó junto a Nariño en el sur, y fue capturado en 1816; al año siguiente lo cubrió el indulto, y libre, se dedicó al espionaje. Las actividades de Policarpa tal vez no hubieran resultado sospechosas para los realistas, de no ser por la huida de los hermanos Almeyda, quienes fueron capturados con documentos que comprometían a la Pola.

El Consejo de Guerra la condenó a muerte el 10 de noviembre de 1817, junto con Sabaraín y otros patriotas más. La hora y fecha determinada para el fusilamiento fueron las nueve de la mañana del 14 de noviembre de 1817. La Pola marchó con dos sacerdotes a los lados. Se resistió un momento a marchar, para poder expresar sus pensamientos a los ministros que la acompañaban. Prosiguió con paso firme hasta el suplicio, y en vez de repetir lo que decían los religiosos, no hacía sino maldecir a los españoles. Al subirla al banquillo, se les ordenó a los condenados ponerse de espaldas porque así deberían morir los traidores según la corona española.

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