La batalla de Ucrania tiene veinte años de historia desde la disolución de la URSS en 1991. «Sin Ucrania, Rusia nunca podrá volver a ser una gran potencia», decía a finales de los 90 el estadounidense Zbigniew Brzezinski, que ponía como objetivo occidental integrar Ucrania en la OTAN hacia el año 2010. Rafael Poch-de-Feliu analiza en la Directa la situación del país de Europa del Este ahora que existe un conflicto abierto por su acercamiento con la Unión Europea.

La «integración en Europa» es la operación a la que Occidente ha dedicado unas cantidades considerables de esfuerzos y dinero. La máxima de Brzezinski se resume en dos datos. Sumados los PIB de Rusia, Ucrania y Bielorrusia se consigue más del 80 % de la potencia económica del espacio postsoviético y una población de 200 millones, lo que permite afirmarse como un polo geoestratégico estable en el mundo multipolar. Impedir esta integración es un objetivo estratégico compartido por Estados Unidos y la UE en su cruzada contra los países emergentes BRICS(Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

Para Alemania, potencia dirigente de la UE, Ucrania siempre ha sido la clave del dominio europeo centro-oriental. En las dos guerras mundiales, fue objetivo primordial de sus ejércitos. Hoy, su mercado de 45 millones de personas es objetivo de sus consorcios. Pero Berlín también tiene una relación energética y comercial importante con Rusia y, por tanto, su política es necesariamente dual: por un lado, tiene una dependencia considerable del gas ruso, y por otro, se alinea con su socio-vasallo polaco en la política de contención-integración del espacio ex soviético.

El ejemplo del gasoducto de la ‘ruta norte’

No hay nada que represente mejor este doble vector que la situación vivida el 8 de noviembre de 2011. Ese día, se estrenó la «ruta norte», un gasoducto ruso que comunicaba con Alemania a través del Mar Báltico, eludiendo territorios de la antigua URSS en litigio entre Euroatlàntida y Rusia. El tubo, que había sido calificado por la Varsovia de Donald Tusk como «un nuevo Pacto Molotov-Ribentropp «, fue compensado con una carta conjunta firmada por los ministros de Exteriores alemán y polaco. En ese documento, Polonia aceptaba el liderazgo alemán en la reforma de la UE a cambio del apoyo alemán a la política antirrusa de Polonia hacia el Este. El objetivo de esta política sigue siendo el que Brzezinski decía hace casi veinte años: atraer a los países ex soviéticos que todavía están en una «zona gris» a medio camino entre las influencias opuestas de Rusia y Occidente e integrarlos en Europa para invalidar las jugadas integradoras rusas alternativas. En Moscú, esta política se llama la Idea Jagellònskaia, una reedición de la expansión polaca hacia el Este, afirmada por la unión personal del Gran Duque lituano Jogelló y la reina Eduviges a partir de 1386. Aquella unión federativa dominó, durante el siglo XV, el espacio hoy en litigio entre el Báltico y el Mar Negro, por eso la analogía moscovita.

La carta conjunta de los ministros de Exteriores tuvo «un amplio apoyo entre los miembros de la UE», apunta una nota del Ministerio de Exteriores polaco. En este contexto, se llega a la cumbre que la UE ha celebrado en Vilnius, capital de Lituania, los días 28 y 29 de noviembre, con la inocente propuesta de firmar un documento de integración con los países que hoy componen una cierta zona Jagellònskaia postsoviética ampliada: Azerbaiyán, Bielorrusia, Ucrania, Armenia, Moldova y Georgia la llamada Asociación Oriental. Desde Berlín, Merkel subrayó su política dual en el Bundestag diciendo que esta iniciativa «no se dirige contra Rusia» ni supone » un instrumento de ampliación de la UE».

Moscú se lleva una victoria con la negativa a firmar la «Asociación Oriental»

Desde Euroatlàntida había una cierta ansiedad por vengarse de la victoria que Moscú consiguió en Siria cuando desmontó, con un acuerdo, los deseos de intervencionismo militar de Francia, el Reino Unido y sectores del complejo de seguridad de Washington. Alemania exigió que Kiev le entregara Yulia Timoshenko, una oligarca ucraniana encarcelada por corrupción, que se diferencia principalmente de sus adversarios de Kiev porque defiende una línea occidentalista por su país. Pero lo peor era la agenda económica y política que ofrecía la Asociación Oriental para Ucrania: incompatibilidad con la integración aduanera y económica con Rusia, subida de un 40 % de las tarifas del gas y la calefacción para la población local, congelación salarial, ajuste de austeridad, bajada de subsidios energéticos y eliminación gradual de los agropecuarios. Y todo ello, sin compensación por parte de la UE y con una oferta crediticia del FMI muy desfavorable, explicó el primer ministro ucraniano, Nikolai Azarov.

Por todo ello, Ucrania no ha firmado la Asociación Oriental y, en su lugar, aboga por el entendimiento que promueve Moscú en el marco de su propia jugada de integración aduanera con Kazajstán y Bielorrusia. La prensa alemana, que como siempre sólo menciona «el chantaje de Putin a Ucrania», trina por esta derrota. Ucrania es un gran país que se encuentra en medio de la falla tectónica Este-Oeste. Su población y su cultura tienen tantos elementos occidentales ( a Galitzia ) como eslavos orientales hermanados en Rusia, al este de Kiev y Crimea. No está interesada en movimientos radicales, sino que intenta surfear entre ambas fuerzas. La decisión de no firmar la Asociación Oriental «no cambia nada de la estrategia de desarrollo de Ucrania», que no da la espalda a la UE, dice Azarov. Rusia juega sus cartas un poco mejor que hace unos años, pero la tendencia es a perder posiciones. Habrá que ver cómo capitaliza Moscú la actual deriva desintegradora de la UE bajo el obtuso liderazgo alemán. La batalla de Ucrania continúa, entre dos imperios.