19 jun. CI.- Asumo que quienes me leen han montado en bus público en algún momento de su vida. Esos buses que están en vías de extinción con el modelo de transporte masivo integrado, para mi, son un reflejo fiel de la realidad colombiana, la cual se reproduce en casi todos los escenarios cotidianos en los que todos y todas vivimos a diario. Esta semana sucedió algo particular en uno de ellos en el cual me dirigía para mi casa, luego de haber discutido por horas el problema de la democracia en Colombia con mi maestro de investigación.

Por Milton Piñeros*. Al subirme en el bús, vi que un joven cantante de rap estaba en escena, y como es común luego de la ya conocida frase “les traigo un poco de Rap Conciencia”, inició su recital. Sin embargo, al sentarme y pretender sacar un libro para leer mientras llegaba a mi destino, recibo una pregunta punzante, seguida de una mirada escéptica de parte del sujeto: ¿Usted quiere la paz para Colombia?, le respondí con un seco: “Sí, claro”. Acto segido, me responde enérgico: “¡Salude entonces! Es una de las dos cosas que usted como humano no le puede negar a nadie, y más si quiere paz en su país”.

Su estilo era bastante diferente al de los raperos que se suben normalmente a un bus, muy diferente a recitar improvisaciones sacadas de lo que ven en el público que los escucha o simula escucharlos. Luego de frases rimadas se quedaba callado y de la nada sacaba, como un mago que saca de su sombrero una paloma o un conejo, una reflexión sobre la realidad que vive, que vivió, o que observa desde su lugar como trabajador de los buses. Hablaba del rechazo que siente como cantante de Rap en el bus, de la promesa que le hizo a su mamá siendo apenas un niño (que nunca lo iba a ver en la cárcel), y de la distracción que genera en todos y todas, los triunfos de la gloriosísima Selección Colombia cuando niños y niñas mueren en La Guajira, venden la poquita propiedad pública que nos queda en Bogotá bajo falsos argumentos, o el despilfarro de dinero para tener lujos absurdos, como entrar a ver la Selección en el estadio californiano donde juega actualmente.

Luego de haber recogido el dinero con ‘La Garosa’ (Le llamaba asi a la mano con la que recogía el dinero), era evidente que el bus estaba en conmoción, pues no todos los días se sube alguien a cantarle verdades a la gente de esa manera. La señora que estaba a mi lado conversó largo rato sobre las reflexiones que tenía luego de que este muchacho se bajase del bus, claramente estaba muy de acuerdo con lo que señalaba y llegamos a una conclusión sencilla, pero tajante: Vivimos en una burbuja que nos impide saludar a quien está a nuestro lado en el bus, y así, pretendemos ser jueces y juezas del proceso de paz.

Leyendo un artículo de El Espectador en el que se habla sobre los desatinos del nuevo código de Policía, se señala la prohibición de las ventas en el transporte público como un elemento para el accionar represivo de la policía. Además de la segregación social, de las deplorables condiciones de trabajo y la inseguridad laboral, del señalamiento social continuo y la persecución ilegal de las autoridades, se le suman posibles medidas institucionales que no solucionan los problemas ya existentes, y que además, amplían las desigualdades sociales en un momento en el que la paz es el caballito de batalla, la palomita de solapa, o la exigencia de quienes han padecido los rigores de la guerra.

A quienes aprueban estas medidas (claramente sin consultarnos), solo resultaría responderles con la pregunta que me hizo ese muchacho que conmocionó el bus con sus verdades recitadas: ¿Usted quiere la paz para Colombia?. Yo les digo: ¡Saluden por lo menos! Vivimos en esa burbuja, somos impermeables a lo que pasa en nuestro país y nuestra ciudad; estamos gobernados por los intereses de menos del 10% del total de la población que eligió al señor que está vendiendo la ciudad como en subasta, además de un concejo que propone cosas absurdas e inhumanas asumiendo un trabajo al interés de unos y unas pocas, en lugar de un verdadero interés general; Ignorando el creciente descontento evidenciado por la Minga Agraria, Campesina, Étnica y Popular a la cual se suman transportadores y miles de ciudadanos y ciudadanas indignadas.

Ojalá la lesión de James no nos doliera más que el adolorido país que tenemos en nuestras manos. ¡Sintamos algo por nuestro pueblo!

*Milton Piñeros es Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia.

CI MP/JA/19/06/16/16:00