11 dic. CI. – El cine, heredero de todas las artes a lo largo de la historia, ha sido especialmente eficaz en impactar a las sociedades, y en la actualidad, todos los patrones audiovisuales y narrativos que conocemos han tomado lo que el cine les enseñó. En resumen, el cine, fiel a la cultura machista, ha patentado valores que una y otra vez refuerzan estereotipos y desigualdades en razón de la raza, clase y desde luego, el sexo-género. Esta forma de relato, sin embargo, ha sido socialmente aceptada.

Por Julieta Penagos*. En los 70 la teoría fílmica feminista afirmó que el rol narrativo de las mujeres se ha caracterizado por su pasividad y por convertirlas de manera exclusiva en objeto de deseo. Estas representaciones de mujeres, irreales, hacen parte de una construcción masculina que atendiendo a sus propias lógicas y fantasías, impuso una forma de asumir la feminidad con un éxito tan irreparable, que ha perdurado hasta nuestros días.

Cuando esta práctica académica empezó, las primeras teóricas fueron quizás viscerales y apasionadas en sus conclusiones, arremetiendo contra los llamados monstruos del cine (Hitchcock, Kubrick, Bertolucci) que producían grandes dividendos en taquilla y una amplia aceptación en la crítica. Esta situación, por obvias razones, no fue bien recibida por las grandes productoras, la crítica ni las audiencias, se trató nada más y nada menos de desmitificar a los ídolos.

A Kubrick, por ejemplo, le reprochaban que en su gloriosa Naranja mecánica, un grupo de chicos decidiera salir a delinquir durante dos noches, ultrajando y maltratando a mujeres bajo la excusa del director de querer dar una lección de ciudadanía. Ellos son audaces y divertidos (aunque delincuentes y vitales en las tramas fílmicas), pero ellas víctimas frágiles.

Tania Modleski en Las mujeres que sabían demasiado, argumenta que en parte de la filmografía de Hitchcock, se caracteriza por la “continua ambivalencia respecto a la feminidad”. En lo personal, pienso que la mayor parte de los hombres de manera consiente o inconsciente juegan a lo mismo. El ejemplo clásico para hablar de ello es “Psicosis”, en la cual Marion, su protagonista, mientras planea su vida nueva en un motel tras huir con un dinero robado, es observada en secreto por Norman, el el dueño del motel. Esa observación no deja de ser una típica muestra de cosificación a su imagen y figura. Al final Marion tiene una muerte violenta en la ducha.

En los últimos años tuvimos la denuncia pública de María Schneider, protagonista de El último tango en París, estrenada en 1972, asegurando que la escena de sexo con Marlon Brandon en la que el actor usa mantequilla para lubricarla no fue consultada con ella y por lo tanto se sintió violada. En su momento, solo el movimiento feminista dio crédito a la historia y reprochó el hecho afirmando que, efectivamente, se trató de una violación.

La crítica cinematográfica fue durísima con su relato, y para hacerlo cayó en el lugar común de afirmar que Schneider estaba loca o resentida, una tradicional forma de minimizar las denuncias que hacen las mujeres, y justificando a Bertolucci, su director, por la forma en cómo se dio la escena y cómo se hace el cine.

Con los años y tras la coyuntura del 25 de noviembre, reapareció la entrevista en donde Bertolucci confiesa que la escena se planeó una mañana antes con Brandon bajo la excusa de que “Quería su reacción como niña, no como actriz, quería que reaccionara al acto de humillación” y arremete diciendo que “para hacer películas algunas veces… para obtener algo, creo que tenemos que ser completamente fríos”.

El ejemplo deja claro como la teoría fílmica feminista no solo no se equivocó en las formas en cómo ha narrado a las mujeres y a sus cuerpos, sino que además dejó por fuera las formas que el cine está dispuesto a hacer para lograrlo, estrategias que incluso las feministas más clásicas de los 70 no hubiesen podido imaginar.

El último tango en París, considerada un clásico o película de culto, durante años nos dejó como cómplices y espectadores de una violación innecesaria, un hecho delincuencial mediatizado, un acto de dominación que sobrepasa la ficción para conseguir lágrimas reales.

Años después de la muerte de María y tras la confesión de Bertolucci, la sociedad ha decidido aceptar como verdadero el relato que hizo la actriz, demostrando una vez más las dudas que hay sobre las afirmaciones de las mujeres y cómo se vuelven de fundamentales las palabras de un hombre para que una histeria femenina se asuma como realidad.

María: aunque no haya chance de que leas estas palabras, quiero decir que siempre estuve segura de tu verdad, que me indignó profundamente tu confesión. Lamenté el hecho de que solo 30 años después hubieras tenido el valor de hacerlo público, y lamenté aún más la forma en la que la crítica te maltrató en su momento. María, la justicia cojea pero llega, ahora hay certeza de lo que pasó, quizás ya nunca más se proyecte de manera masiva “El clásico” y Bertolucci y Brandon pasarán a la historia como lo que son.

Enlace confesión de Betolucci

CI JP/DM/11/12/16/13:50

*Julieta Penagos es periodista, realizadora y analista sobre temas de mujer y género.