21 oct. CI.- No es nuevo que los procesos masivos de movilización en torno a los asuntos universitarios estén permeados por diversos prejuicios y debates sobre cómo se debe hacer la protesta, qué expresiones se deben utilizar y qué tanto se incomoda a los transeúntes, empleados y grandes propietarios. Las movilizaciones y protestas han sido multifacéticas, reuniendo a diversos grupos de jóvenes, tanto en lo ideológico como en las puestas en escena.
Por Joan Lorenzo Velásquez Arango*. También los últimos días se han visto permeados por airadas discusiones sobre la legitimidad y legalidad de garabatear, rayar o grafitear el mobiliario público o privado en algunas ciudades. Esas expresiones se han dado en medio de masivas y contundentes protestas universitarias, algunas haciendo uso de explosivos, piedras y barricadas, otras haciendo uso de aerosoles, pinturas, memes y plantillas, y otras con abrazos policiales, repartición de flores y filas con velas en mano entre el tráfico para no afectar el tránsito.
Estas últimas (no necesariamente malas) han sido particular y mayoritariamente acogidas por los públicos más moderados, entre los que se cuentan políticos y personalidades de derecha, medios de comunicación, la población de mediana edad y una juventud pseudo-alternativa y conservadora. Siendo estos jóvenes, los que plantean expulsar o entregar a la fuerza pública a quienes se tapan el rostro o rayan una pared.
Parece que el problema ahora no es solo lidiar con la violencia policial, sino con el policía que muchos estudiantes llevan adentro. ¿Acaso no es muy extraño gritarle a una estudiante que está en medio de una movilización: “¡sin grafitis! ¡sin grafitis!” ¿O hacer una encuesta en la que se plantea multar a quienes rayan una propiedad?
No dimensionan esos jóvenes que quien se tapa el rostro lo hacen por protección, que si una cámara capta el rostro de alguien que raya una inerte pared se podría ver implicado en problemas legales. Parece que taparse la cara ya no se hace una necesidad para salvaguardarse del Estado, las instituciones y los paramilitares sino también de los estudiantes reaccionarios.
Parece haberse consensuado la idea de que los jóvenes que pretenden rayar las paredes de medios de comunicación, bancos y bienes públicos no son bienvenidos en las manifestaciones, además de que son catalogados como vándalos, delincuentes y antisociales, argumentando que desdibujan el verdadero espíritu de la protesta.
Y ahí es donde se equivoca la policía cívico moral de las paredes blancas, pretendiendo higienizar la protesta, construyendo un falso consenso, que frena la acción y pasa por encima de los acumulados históricos de la movilización social y popular de muchos procesos políticos (que por fuera de la falsa seguridad citadina, mediante la minga, los paros y los bloqueos, han generados los procesos de resistencia más valiosos en este país).
Son ellos los que desdibujan la movilización ya que es inherente a ella el cartel y la flor, las arengas, la lata de aerosol e incluso la piedra. Esos jóvenes, o son muy ingenuos o desconocen la estrategia policial de reventar marchas, infiltrarlas, revestirlas de subversión armada o atentar con amenazas, maltratos y asesinatos a estudiantes, líderes e indígenas, como ha sucedido en los últimos años.
Estas visiones de los procesos de movilización y protesta universitaria, construidas desde una juventud reaccionaria, desdibujan la creatividad y agresividad de la protesta social y la exigibilidad de derechos, desproveyéndola de los asuntos de clase y siendo favorable para las clases privilegiadas y los defensores del statu quo. Además, no plantea una reflexión seria sobre la violencia política o la violencia estatal y paraestatal, sino que se estanca en el señalamiento moralista de quienes intervienen el espacio público, profundizando los niveles de censura y acusación efectuados por los grandes medios de comunicación.
Estas juventudes de hoy se organizan a fuerza de lidia, replican el discurso de arriba y levantan la voz cuando las protestas de los de abajo incomodan, reafirmando la falsa idea de que solo la movilización ultra-pacífica y reposada, higienizada y homogénea logra triunfar en las apuestas colectivas.
Sobresale, con preocupación de cara al futuro, que la muchachada de hoy parece ser mucho más conservadora que la juventud que se impuso contra la reforma a la ley 30 en 2011. Los cantos de “¡Sin violencia!” se han integrado a los de “¡Sin grafitis!”, asociando estos últimos y a quienes los hacen como violentos. ¿Acaso es prudente equiparar una mancha de pintura en una pared con un acto de violencia directa, simbólica o estructural?
La pintura y el grafiti en sus variadas formas encuentran su razón de ser en la infracción, en la protesta y en la mancha, y deben huir de su institucionalización, estratificación y delimitación de lo bello y aceptable. Los rastros de aerosol sobre las paredes se convierten en ejercicios de memoria y denuncia y allí reside su legitimidad.
La calle es un escenario en disputa y es preciso y necesario que las distintas formas de ejercer la protesta se manifiesten, so pena de incomodar al poder institucional y a quienes respaldan esas posiciones.
*Joan Lorenzo Velásquez Arango es Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia
CI LV/ND/21/10/18/16:00
Un buen articulo.