19 jun. CI.- Colombia está ad portas de un hecho sin precedentes: la superación de la guerra. Por una parte, encontramos la mesa de conversaciones de La Habana entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -FARC- y el Gobierno colombiano. Por otra, tenemos el anuncio del inicio de la fase pública de conversaciones con el Ejército de Liberación Nacional -ELN- que no se ha dado pero que la sociedad exige.

Por Andrés Camacho*. En la mesa de La Habana, los acuerdos hasta el momento alcanzados representan el más grande avance en la historia de las negociaciones con dicha guerrilla y, aunque se sabe que «nada está acordado hasta que todo este acordado», los pasos cada vez más decididos rumbo a la paz, llevan a pensar en la inminente firma de un acuerdo final. Además, el anuncio del inicio de la fase pública de conversaciones con el ELN, hecho que si bien no se ha dado, hoy la sociedad lo exige al Gobierno: debe darse lo más pronto posible.

Es evidente que estas dos mesas van a destiempo pero, de lograrse un acuerdo final con las FARC e iniciar el proceso de dialogo con el ELN, estamos ante la posibilidad concreta de alcanzar una paz completa. Por supuesto, la paz también es un concepto en disputa pero hay que considerar que la ausencia de la guerra nos abre un mar de posibilidades para conquistar la paz que queremos en el país que merecemos. Este panorama, sin lugar a dudas, está cargado de un sin número de retos y responsabilidades, entre ellas, ¿cómo será esa paz en Bogotá, cómo es esa paz cachaca?

Pues bien, en primer lugar creo que salir dela guerra nos va a permitir evidenciar eso que siempre quisieron negar: los tremendos impactos de la guerra sobre la ciudad y, que de fondo, han delineado el crecimiento y la construcción de nuestras ciudades fundamentalmente a través las explosiones demográficas, o dicho de mejor manera, la tragedia del desplazamiento producto del recrudecimiento del conflicto en el país. Esto explica, por ejemplo, como en las décadas 40s y 50s, luego entre los 80s, 90s y 2000, nuestras ciudades duplicaron o triplicaron su número de habitantes, siendo la mayoría campesinos desplazados que huyeron de la violencia.

En nuestros hogares se cuentan historias del padre o el abuelo que llego por primera vez a Bogotá, esa es la historia de aquellos desplazados que se convertirían en los constructores de los grandes centros urbanos de nuestro país.

Si la guerra se va a acabar, lo que uno esperaría es el final del desplazamiento, con lo que llegaría el fin del crecimiento exponencial de la ciudad. Si alcanzamos la paz, indudablemente es porque la Reforma Rural Integral -RRI- se va a dar, es decir, que el campo se tiene que reactivar. Imagino a cientos de campesinos volviendo a su hogar, imagino un campo pujante y próspero capaz de garantizar vida digna.

Paz es reforma urbana

Sin embargo, para que la paz sea realmente justa habrá mucho que hacer en la ciudad. Para empezar, no puede haber una RRI sin una Reforma Urbana Integral -RUI-. Tenemos que trabajar en el fortalecimiento de la relación campo ciudad, en los circuitos productivos, en los mecanismos de comercialización, en infraestructura, en un sistema de precios justo, en garantizar abastecimiento a la ciudad y garantías para los campesinos y productores, tenemos que lograr invertir la proporción de importaciones y exportaciones de alimentos. Entonces, la relación económica entre el campo y la ciudad es determinante para que la paz sea real, lo cual empieza por fortalecer la ruralidad de Bogotá, tan golpeada en el Plan Distrital de Desarrollo aprobado en el Concejo de Bogotá.

Una RUI debe garantizar la superación del modelo de ciudad excluyente, la superación de esa ciudad en la que aún hoy desplazados, migrantes de otras regiones y habitantes de la periferia son ciudadanos de tercera, desposeídos de sus derechos; una RUI pasa por la planeación de una ciudad con vivienda digna, transporte digno, trabajo, educación, salud y servicios públicos garantizados. La paz en Bogotá está aún por conquistar y ahora mucho más con Peñalosa como alcalde.

La política para la paz

Pensar en esa ‘paz cachaca’ implica también el reto de una reforma política del alcance de nuevos y mejores mecanismos de participación, que permita a los históricamente excluídos conquistar escenarios decisorios para definir los destinos de Bogotá. Esto, sin duda, pasa por pensar en cómo aplicar los acuerdos que se desprendan del segundo punto de La Habana: Participación Política.

Bogotá requiere una cirugía política para extirpar la politiquería de las Juntas de Acción Comunal, para superar ese modelo caudillista de ediles y concejales que son dueños de barrios y negocios que después salen a vender el patrimonio público de la ciudad.

La reforma para la paz en la ciudad implica también una reforma política, administrativa y de ordenamiento territorial. Es necesario que se acaben los consejos de ‘aconsejar’ y que, por ejemplo, se implementen mecanismos de participación diferencial en la ciudad: curules afro, campesinas, indígenas en el concejo de Bogotá.

Es obvio que se trata de una serie de factores por desarrollar y que los acuerdos, sean los de La Habana o Quito, no van a alcanzar hasta allá. La ‘paz cachaca’ va a implicar mucha más creatividad, la paz en Bogotá tiene un claro enemigo que es el alcalde de la ciudad por lo que vamos a necesitar movilización: la ‘paz cachaca’ pasa por frenar a Peñalosa y, por qué no, revocarlo.


Andrés Camacho es Máster en Energías Renovables, Ingeniero y Licenciado en Física. Fue Secretario General de la Federación de Estudiantes Universitarios -FEU- y es vocero de la Marcha Patriótica Bogotá. TW: @andrescamachomp


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