9 oct. CI.- La violencia como manifestación propia del poder del Estado se presenta desde los Gobiernos como una excepcionalidad en momentos de tensión social o inconformismo social. Sin embargo, a todas luces son constantes en los regímenes. Posando de democráticos, recurren a ella con el objetivo de imponer sus voluntades.

*Por: Carlos Alfonso Ortiz L. Desde la ilegítima “Madre Patria” a la ilusoria pacificada Colombia, los hechos de violencias y agresiones contra la población dentro de sus propias fronteras no son más que el acto recurrente de las minorías contra las mayorías plurinacionales, étnicas y populares. Contra quienes se arremete por su “insolencia” y actitud desobligada ante el poder unívoco e irracional.

El poder de los fusiles es la medida involuta de las minorías para la resolución de los problemas sociales. Ellos tienen su fe puesta en las armas. Desarmar a la primera guerrilla colombiana parece ser su tarea cumplida y con ello se encuentran satisfechos. Por lo tanto, lo que resta les tiene sin importancia.

Lo firmado se diluye en tinta, en trucos amañados de actos legislativos que no corresponden a la palabra empeñada. Es una burla descarada a ex combatientes, víctimas y población. Estos últimos quedan en la más completa incertidumbre: ni seguridad jurídica ni personal.

El monstruo de la guerra que quedaría desnutrido, hoy se alimenta y fortalece a partir de los incumplimientos y retrasos a lo pactado. “En Colombia es más fácil hacer un frente guerrillero que una Junta de Acción Comunal”, son palabras que en el pasado pronunciaba Henry Castellanos Garzón, más conocido como «Romaña”, excombatiente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -FARC.

Y que hoy, frente al mal proceso en curso de la Implementación y transición hacia una “paz estable y duradera”, es fácil pensar que se cumple: los ciclos de violencia tienden a repetirse con un carácter más crudo y extendido.

Casos como el de Tumaco y el constante asedio y asesinato a Líderes Sociales están marcando el rumbo de las regiones que perplejas ven como la violencia de nuevo arremete. Esta vez sin la resonancia o la contestación que en otrora hicieran para mal o para bien las FARC. Esta organización hoy se encuentra desarmada y sumada a la masa inerme que por años sufrió y sigue sufriendo las inclemencias de la violencia de parte del Estado.

Por su parte, el Estado solo parece tener el rostro de la violencia en las regiones. Es el rostro del contingente militar: de la bota, el fusil y el camuflado.

*Carlos Ortíz es Politólogo y candidato a Magíster en Estudios Políticos, de la Universidad Nacional de Colombia, y colaborador de Colombia Informa Medellín. La Opinión es una sección en donde nuestros colaboradores hacen uso de la palabra sin que esta, necesariamente, sea línea editorial de Colombia Informa