6 feb. CI.- «Para los usurpadores de la memoria, para los ladrones de la palabra, esta larga historia de la dignidad no es más que una sucesión de actos de mala conducta», Eduardo Galeano.

Por Carlos Alfonso Ortíz*. Ser pobre, no poseer nada material, es de lejos un capricho u opción de vida, especialmente en países de Latinoamérica, donde el grueso del conjunto de sus ciudadanos se encuentran subsumidos en la pobreza. Sí, pobreza,  absoluta, relativa, baja, media, por debajo, por encima, de una supuesta línea que define lo bien o mal que andan las mayorías en satisfacer sus “necesidades vivenciales básicas”. La  pobreza es una realidad social de nuestra América.

No es por demás que lo que se impone a la mayoría de las gentes latinas, en la búsqueda por sobrevivir y hacerle el quite a la pobreza extrema, que de por si es un eufemismo, es el rebusque, el bregar, luchar, etc., para no morir en las garras de la miseria. Eso que llaman unos la “malicia indígena”, no es otra cosa que las mil y una formas a las que recurren los de abajo para no aguantar hambre.

Por ello, no es de extrañarse que lo que pretende hoy regular y sancionar como actos de mala conducta el nuevo Código Nacional de Policía y Convivencia, son esas formas en las que los de abajo sortean las trampas de los de arriba para poder subsistir.

Un ejemplo de ello es hacerle el quite al pago de un pasaje de $2.000 pesos en un Transporte que no es público, no es digno y mucho menos es eficiente. Para un colombiano promedio, es decir, pobre, el valor de $4.000 pesos ida y vuelta representa más que un cumplimiento cívico y “aporte a la ciudad”, representa un alimento para sí o los suyos.

Otro ejemplo, es “vender, procesar o almacenar productos alimenticios en los sitios no permitidos o contrariando las normas vigentes”, cuyo objeto no es más que recurrir a una fuente de la economía informal, para hacer pesos y así llevar las obligaciones que impone un hogar; ¿o es que de la amplísima y gran variedad de empleos que ofrecen nuestras sólidas economías latinoamericanas a las gentes prefieren exponer su integridad física a los riesgos que implica un lugar de trabajo como la calle?

Tan solo con estos dos ejemplos queda demostrado que el régimen policivo se impone a los que menos tienen, su prohibicionismo se ensaña con las personas de recursos económicos escasos. Actividades que si bien se pueden entender dentro de un régimen democrático y liberal, como parte de la moral cívica, en un contexto de constante infamia, donde la corrupción impera y la pobreza campea, este Código Nacional de Policía y Convivencia no es más que una sucesión de actos de mala conducta de los usurpadores de la nación, de los ladrones de la patria.

CI CO/DM/6/2/17/3:00

*Carlos Ortíz es Politólogo y candidato a Magíster en Estudios Políticos, de la Universidad Nacional de Colombia y colaborador de Colombia Informa Medellín.