09 ago. CI.- El 9 de agosto de 1945, el gobierno de Estados Unidos lanzó la segunda bomba sobre el territorio japonés, esta vez sobre Nagasaki, localidad portuaria del sudeste del país del sol naciente. Ese jueves en la mañana el Bock’s Car, un solitario bombardero B-29 de la fuerza aérea estadounidense, dejó caer sobre Nagasaki un proyectil atómico equivalente en potencia explosiva a 22 mil toneladas de dinamita.

Pocos segundos después y a unos 500 metros antes de tocar suelo, la gran nube mortal del hongo atómico se dejó ver a cientos de kilómetros.  Los efectos fueron devastadores: 75 mil de los 240 mil habitantes de Nagasaki murieron instantáneamente, seguidos por la muerte de una suma equivalente por enfermedades y heridas.

Se estima que la suma total de muertos fue de más de 140 mil personas. Por su parte, la infraestructura de la ciudad de Nagasaki quedó con más del 40% en estado de destrucción, pues buena parte de sus construcciones no pudieron resistir la presión que se generó bajo el manto radiactivo de la bomba. La ciudad está situada en la isla Honshu, la principal de Japón, y era desconocida, hasta que la bomba atómica la puso en el mapa mundial.

En términos políticos, la devastación nuclear obligó al emperador Hiroito a asumir la derrota del hasta entonces poderoso Imperio del Sol Naciente. Vencido y con un país estremecido por el bombardeo atómico, Hiroito debió rendirse incondicionalmente ante Washington, finalizando así la Segunda Guerra Mundial. El siguiente paso no tardó cuando comenzó el reparto de los aliados de las “zonas de influencia”, lo cual daría inicio a la Guerra Fría.

Días antes, el 6 de agosto de 1945, Estados Unidos, había lanzado la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, que la aniquiló. A las 8:15, el bombardero B-29 estadounidense, “Enola Gay”, al mando del piloto Paul W. Tibblets, lanzó sobre Hiroshima la “Little boy,” nombre en clave de la bomba de uranio.

Un ruido ensordecedor marcó el instante de la explosión, seguido de un resplandor que iluminó el cielo, matando de manera inmediata alrededor de 70.000 personas y dejando una cantidad similar de heridos.

En Hiroshima, ciudad levantada sobre un valle, la expansión de la bomba fue mucho más amplia y destructiva, mientras que en Nagasaki, emplazada en una orografía montañosa, los efectos fueron minimizados por las planicies y la altura.

A dos kilómetros a la redonda, desde donde fueron lanzadas las bombas, la catástrofe y la destrucción fueron masivas y absolutas. No quedó piedra sobre piedra ni ningún ser vivo que no fuera afectado. El fuego, el humo y el calor aniquilaron en pocas horas seres humanos, plantas, animales y edificios.

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Setenta y cuatro años después de que la bomba atómica manipulada por Estados Unidos fuera lanzada en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, los daños colaterales y el trauma sigue latente en la mayoría de sobrevivientes, como si se tratara del primer día.

Cada año, en la ciudad japonesa de Hiroshima, miles de personas prenden linternas, rezan y escriben mensajes de paz, durante la conmemoración del bombardeo atómico, el 6 de agosto de 1945.

Conocida la potencia destructiva de la energía atómica, la posibilidad que algún día las imágenes de Hiroshima puedan volver a repetirse en algún otro lugar del mundo, sigue asustando a muchos. Se trata de una de las más graves amenazas que afectan a nuestro planeta.

A más de 70 años de estos hechos, hay una pregunta que hasta ahora nadie ha respondido realmente en público. Y, la pregunta que resuena cada cierto tiempo es: ¿Era necesario?

Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con fenómenos naturales como terremotos e inundaciones, que Hiroshima y Nagasaki no vuelvan a ocurrir es una decisión exclusivamente humana.

https://youtu.be/8O50wZLWWkE

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