25 sep. CI.- Con paredes rojas, amarillas y unas escaleras que se enrollan desde la entrada, se impone una casa en una de las esquinas de la Calle Cuba, en el Barrio Prado Centro de Medellín. Desde sus terrazas se ven un par de personas charlando al tiempo que el sonido de las gaitas sale de las puertas y llena la cuadra. Es un modelo de las viviendas que existían en el barrio hace más de 50 años: de techos altos y amplios corredores. Cada salón está ocupado en una actividad diferente, mientras que en el centro una ronda de personas se turnan las gaitas y los tambores. Son las seis de la tarde y lo que hay allí adentro, en La Chispa, es una fiesta.

Este lugar es nuevo dentro del panorama del arte en Medellín. Pero no por eso se queda atrás con respecto a otros procesos culturales que se habían llevado a cabo durante años anteriores en la ciudad, los cuales se pensaban la reconstrucción del tejido social. En las décadas de los 80 y 90 el contexto era distinto: el narcotráfico, las bombas y los toques de queda abrazaban las calles de los barrios mientras que se imponía la indiferencia Estatal.

Colectivos y jóvenes artistas de distintos sectores (como Barrio Comparsa, el Teatro Matacandelas o el Pequeño Teatro) fueron espacios de resistencia y construcción ante la inminente violencia que se vivía en la ciudad.

El Matacandelas, por ejemplo, hacía caso omiso a los toques de queda y programaba funciones en las noches con el fin de contrarrestar el sentimiento colectivo de miedo. Fue así como durante la década de los Noventa los colectivos artísticos no cedieron ante la violencia del momento y propiciaron espacios para que las personas se pudieran pensar la paz con una ciudad en constante guerra.

Jose Quiroga, artista y miembro del Tejido Juvenil Nacional -Tejuntas- en Medellín, asegura que “el arte se enmarca en la construcción de seres humanos, que a su vez construyen territorios en su ser colectivo. Esa construcción humana y territorial puede evidenciar una construcción de resistencia o de paz como exigencia y garantía de derechos”.

En La Chispa se dividen los salones de acuerdo a lo que se esté llevando a cabo en el momento. En uno de ellos se encuentran algunas personas bailando salsa, en otro están dos chicos que apenas aprenden a tocar la marimba, mientras que en el último se destaca una exposición fotográfica llamada La paz avanza. El olor a café desde la cocina inunda la casa.

El contexto de Medellín es distinto a pesar de que continúa la violencia, tanto armada como estructural. Hay un panorama de desalojos, asesinatos y pobreza, al tiempo de que un discurso de paz contrasta tanto en la esfera nacional como local.

Los conflictos que se viven a diario en Medellín -como afirma Orlando, integrante del Equipo Pedagógico de La Chispa y de la Corporación Nuevo Día- “son de los que los medios masivos nunca hablan cuando hay un proceso de paz. No se reconoce la paz más allá del conflicto armado”.

La Chispa es un espacio creado para intentar crear otra Medellín, frente a la gran cantidad de problemáticas sociales y estructurales de la ciudad. Busca “fortalecer los procesos de sensibilización y pedagogía para la paz que amplíen el conocimiento y generen conciencia en las comunidades”.

En este sentido, Eduardo Martínez, Gestor de Paz del Ejército de Liberación Nacional, señala la necesidad de construir paz desde cada comunidad. Considera que solo se logrará una paz estable y duradera si “las comunidades en sus territorios pueden participar de manera protagónica, decisoria y vinculante en la solución de los conflictos sociales”.

Iniciativas como esta casa buscan propiciar los espacios de construcción de paz territorial que el Estado no ha considerado necesarios. “Este surge como un espacio para promover el debate entre todas, buscando visibilizar que existen otros conflictos diferentes al armado. Son los conflictos sociales los que motivaron la guerra. Este es un espacio, además de para compartir, para vernos y reconocernos con el fin de resolverlos sin matarnos”, apunta Orlando.

Gina Spigarelli, una de las gestoras de la idea, afirma que “la Chispa funciona como un espacio comunitario para la construcción de una paz con justicia política, social y ambiental dentro de tres ejes: arte para la transformación social, relación campo-ciudad, y paz y resolución de conflictos”.

El sonido de los instrumentos se confunde al tiempo que cae más la noche. El espacio lo habitan mujeres y hombres que conversan y se van de salón en salón observando con curiosidad lo que hacen. La Chispa, en una esquina de la Calle Cuba, se pregunta por el sentido de la paz en el territorio y recibe personas que entre las marimbas, el baile y los debates se encuentran para discutir lo que es habitar la ciudad pero, más aún, habitar una ciudad en paz.

CI ND/PC/25/09/17/13:00