Cuerpecitos flacos de músculos estilizados, tan marcados como las costillas. Descalzos, a veces desnudos, arman equipos difusos, corren enredados sin chocarse, saltan y se retuercen, en las playas de la costa o las selvas del Darién.

«Así nacía el fútbol más hermoso del mundo, hecho de quiebres de cintura, ondulaciones de cuerpo y vuelos de piernas que venían de la capoeira, danza guerrera de los esclavos negros», describe Eduardo Galeano el surgimiento del balompié en el país que décadas después daría a Garrrincha y a Pelé. Brasil, tan lejos y tan cerca de esta otra esquina del continente donde se divierten los pelaítos del río Baudó. Ellos, por afinidad de negritudes o de contorsiones, admiran -e imitan- el juego carioca más que cualquier otro. Deportes Quindío, el equipo chocoano que deslumbró por primera vez al país en 1953 obteniendo el subcampeonato del Torneo Nacional de Bogotá, repetía los colores de la camiseta verdeamarela de Brasil y los llamaban -se hacían llamar- Los Cariocas del Pacífico.

Algunos de ellos salieron de pobres: llegaron a la selección y ahora brillan en el exquisito fútbol europeo. De Quibdó emigraron Jackson Martínez, hoy en el Atlético de Madrid, y Carlos Alberto Sánchez, que se luce en Inglaterra. Leyendas de renombre internacional como Fredy Rincón o el ´Tren´ Valencia modelaron sus piernas y sus regates en las playas rústicas del Valle del Cauca. Ya son más de 180 los jugadores profesionales provenientes de esta región, más que de cualquier otra parte del país.

Hoy, aún en sociedades con fuertes resabios racistas, un muchachito negro puede triunfar en el fútbol mundial o aspirar a la presidencia de los Estados Unidos. Pero un siglo atrás todo era más difícil, incluso para quienes lograban trascender. En el primer campeonato sudamericano realizado en 1916, la única selección nacional del mundo que incluía jugadores negros era la uruguaya. Después de golear 4 a 0 a Chile, la delegación del país vencido reclamó que el partido se anulara porque «Uruguay alineó a dos africanos»; se referían a a Isabelino Gradín, autor de 2 de los 4 goles, y Juan Delgado; ambos negros, montevideanos, bisnietos de esclavos.

«El futbolista chocoano nace silvestre, tiene una condición técnica innata y por su biotipo generalmente posee gran potencia, habilidad y velocidad», grafica el exjugador Oswaldo Anilio Moreno, hoy técnico y periodista. En su escuelita de fútbol se formó nada menos que Jackson Martínez, la perla negra del fútbol colombiano actual.

La región del Pacífico colombiano contiene privilegiadas reservas naturales, apreciadas a nivel mundial por su frondosa biodiversidad. Millones de especies animales y vegetales, pero pocas personas: el Pacífico es, a la vez, una de las zonas menos densamente pobladas del país, con la mitad de su población menor de 20 años. Allí se encuentra otra ´reserva natural´ única: un semillero de hábiles jugadores que pasan de correr descalzos por las arenas de la costa o las hiervas barrosas de los remansos en la selva, a calzar botines que, cada uno, cuesta lo que sus familias de pueblos pobres no ganan en un año de cosechas.

Pero antes de ser estrellas, estos virtuosos jugadores fueron algo más potente y más sencillo. Fueron, apenas, nada menos, niños. Niños jugando fútbol.