La victoria del neoliberalismo en Argentina no configura una derrota histórica de larga duración sino un cambio temporal en la relación de fuerzas, explica el analista Alejandro Mantilla en este artículo.

Por Alejandro Mantilla Q*. La victoria de Mauricio Macri en las elecciones de ayer en Argentina parece confirmar una tesis planteada por intelectuales latinoamericanos como Maristella Svampa y Raúl Zibechi: asistimos al fin del ciclo del ascenso de los gobiernos progresistas en nuestra América.

La tesis del fin de ciclo podría constatarse por cinco tendencias complementarias: dificultades gubernamentales, giros a la derecha, tendencias a la moderación, distancia con los movimientos sociales y un panorama internacional adverso:

  • Hoy los gobiernos de Venezuela y Brasil atraviesan por un difícil momento. La ausencia del liderazgo de Hugo Chávez se suma a la reducción de los precios del petróleo y el permanente sabotaje imperialista contra la economía bolivariana. En Brasil el gobierno de Dilma Rousseff alcanza récords de baja popularidad derivada de graves escándalos de corrupción, mientras en el parlamento se fortalece una oposición ultraconservadora.
  • En Argentina el triunfo de Macri representa un claro giro a la derecha y el regreso a un gobierno abiertamente neoliberal en ese país. Cabe recordar que los llamados “golpes de Estado institucionales” en Honduras y Paraguay abrieron hace algunos años una onda larga de giros a la derecha en la región.  
  • En Uruguay se constata la moderación del Frente Amplio tras el fin del periodo de Mujica y el retorno de Tabaré Vásquez al poder, mientras el gobierno de Rousseff en Brasil mantiene a un ministro de finanzas neoliberal contrariando las recomendaciones de la mayoría de su partido.
  • En Bolivia y Ecuador, Morales y Correa tienen amplio margen de gobernabilidad, pero se constata un creciente descontento de importantes movimientos sociales con sus políticas, en especial con sectores clave de los pueblos indígenas. A lo anterior se suman algunos retrocesos en las elecciones regionales más recientes en dichos países; en Ecuador Alianza País perdió las alcaldías de ciudades clave como Quito, Guayaquil y Cuenca, mientras en Bolivia ocurrió lo propio en El Alto y Cochabamba.
  • La reducción de los precios de los commodities, la desaceleración de la economía china y el estancamiento del comercio global, auguran dificultades económicas para la región, en especial para los gobiernos progresistas que abrazaron la alternativa del extractivismo nacional.  

Logros y carencias del progresismo

Los gobiernos progresistas realmente existentes han alcanzado victorias populares cruciales en los últimos 16 años. Han logrado derrotar a las oligarquías tradicionales, han limitado la influencia de los Estados Unidos en la región, han generado nuevos escenarios de integración desde el sur, han promovido programas sociales que han reducido la pobreza en sus países y dieron los primeros pasos para agrietar la hegemonía neoliberal globalizada. Pero su logro más significativo ha sido simbólico: gracias a los gobiernos progresistas el fantasma de la izquierda radical volvió a caminar por el continente; el apelativo de “castro-chavismo”, tan usado por la ultraderecha local, es síntoma del miedo de los poderes políticos tradicionales ante un panorama regional dibujado por los gobiernos de izquierda.

No obstante, y sin perder de vista sus diferencias, tales gobiernos han mostrado zonas grises, limitaciones y retrocesos. Aunque han impulsado programas orientados al bien-estar de los sectores empobrecidos, no han alcanzado una sustantiva redistribución de la riqueza en esas sociedades.

En segundo lugar, su promoción de proyectos extractivistas han generado resistencia social y graves daños ambientales en territorios ecológicamente sensibles en un contexto global marcado por el cambio climático. La apuesta por el extractivismo le permitió a los gobiernos progresistas obtener recursos para sus programas sociales sin apelar a políticas redistributivas de la riqueza que golpearan de manera decisiva a los grandes capitalistas nacionales.

En tercer lugar, varios de estos gobiernos reemplazaron los préstamos con el FMI, condicionados a ajustes neoliberales, por acuerdos con el gobierno chino, condicionados a proyectos extractivos, reemplazando la influencia imperial estadounidense por el ascenso del nuevo imperialismo chino.

Lo anterior prefigura un cuarto punto: la persistencia de economías rentistas dependientes de las commodities y la dificultad de generar nuevas dinámicas productivas y de innovación en políticas de circulación, distribución y consumo que apunten efectivamente a un anticapitalismo posible.

En quinto lugar encontramos que varios gobiernos progresistas, en especial en Ecuador, Nicaragua y Bolivia, han sido curiosamente conservadores en asuntos como los derechos de las mujeres, de los jóvenes y la diversidad sexual. A lo anterior se suman graves episodios de corrupción, como se nota especialmente en el caso brasilero.

Un punto clave a evaluar es la matriz política generada en estos años. A pesar de la riqueza de los procesos constituyentes de Venezuela, Bolivia y Ecuador, en la mayoría de gobiernos de izquierda ha primado una matriz marcada por el presidencialismo y el populismo que ha privilegiado las construcciones políticas desde arriba y desde el Estado, por sobre la construcción desde los movimientos sociales y las organizaciones populares, con la excepción de la alentadora experiencia de las comunas venezolanas incentivadas por el gobierno bolivariano.

El presidencialismo acentuado de los gobiernos progresistas ha hecho vulnerables sus procesos de transformación. Por un lado porque la ausencia de los dirigentes carismáticos genera una crisis de liderazgo que resulta difícil de superar, como ocurre en Venezuela, o porque una posible sucesión no garantiza la continuidad del proceso, como lo vemos en Uruguay, o como hubiese ocurrido en Argentina ante una victoria de Scioli. En algunos casos ese presidencialismo ha mutado en episodios autoritarios, como se evidencia en los casos ecuatoriano y nicaragüense, o en los recientes episodios de señalamiento del gobierno boliviano contra sectores del movimiento ecologista.     

Comprender el fin de ciclo

A pesar del escenario adverso y de las críticas bien fundadas a los gobiernos de izquierda latinoamericanos, creo que el panorama en la región y la victoria del neoliberalismo en Argentina no configuran una derrota histórica de larga duración, sino un cambio temporal en la relación de fuerzas.

En los últimos años la izquierda argentina, en especial la agrupada en el Frente de Izquierda y los Trabajadores -FIT-, o en organizaciones populares como el Frente Popular Darío Santillán o Patria Grande, han logrado importantes avances organizativos. Aunque la victoria de Macri sea un grave revés, también podría abrir un ciclo de luchas de los sectores populares que seguramente se movilizarán para rechazar su programa de gobierno. Algo similar puede decirse del caso venezolano, pues aunque se genere un resultado electoral desfavorable para el chavismo en diciembre, su tejido popular tiene la mayor capacidad organizativa y de movilización en toda la región.

La derrota del peronismo argentino no es la caída del muro de Berlín de nuestra generación. A finales de los años ochenta se sucedieron varios golpes políticos que paralizaron a la izquierda global configurando una época histórica de derrota para los esfuerzos emancipadores. En nuestro tiempo encontramos un escenario muy diferente. Aparte de la crisis del gobierno de Rousseff cuyo porvenir es incierto, en ningún otro país de la región se avizora en el corto plazo una derrota similar a la sufrida por el peronismo argentino. En suma, creo que puede comprenderse el fin de ciclo como la detención de la etapa de ascenso de gobiernos progresistas y como el inicio de una etapa que exigirá nuevas luchas y antagonismos.

Aunque suelan olvidarlo los analistas de la gran prensa, los gobiernos progresistas en nuestra América no tuvieron su origen en sus respectivas victorias electorales, sino en experiencias insurreccionales y organizativas que abrieron campo a la oleada democrática de la región. Hoy no podemos olvidar la frustrada rebelión militar encabezada por Chávez, las revueltas populares argentinas de inicios de siglo, las guerras del agua en Bolivia, los sucesivos derrocamientos de gobiernos en el Ecuador, la paciente reconstrucción de organizaciones de masas obreras y campesinas en Brasil tras la dictadura, o la persistencia del imaginario sandinista en Nicaragua, pues allí radica el verdadero origen de los gobiernos progresistas.

De las posibilidades organizativas y de acción del movimiento popular latinoamericano dependerá que se consolide o no el fin de ciclo progresista en la región. De esa instancia también dependerá la corrección del rumbo programático y político de las izquierdas en el continente.