Ayer se celebraron elecciones municipales y para algunos parlamentos regionales en España. A diferencia de otras ocasiones, estos comicios suscitaron interés internacional ya que se consideran el preludio de las elecciones generales que tendrán lugar en noviembre.

Por Manu García. Lo que más expectativa despertaba era cuál iba a ser el nivel de desgaste de los dos partidos tradicionales, el Partido Popular -PP- y el Partido Socialista Obrero Español -PSOE-, que desde hace más de treinta años se han turnado en el Gobierno y captado el 80% de los votos a nivel estatal. En los últimos años han sufrido un desgaste muy fuerte porque han sido quienes han administrado la crisis económica, pretendiendo superarla a costa del sacrificio de las clases populares y la facilidad para los inversores (privatización de servicios públicos, reducción del gasto social, «flexibilización» laboral, eliminación de derechos sociales, aumento de la deuda, entre otros).

Como alternativa a ellos surgió el año pasado una nueva formación política, Podemos, que viene a secundar a la veterana Izquierda Unida en su afán de superar el neoliberalismo, pero incorporando una estrategia comunicacional muy potente, trazando su estrategia con un ojo en los procesos nacional-populares que se han dado en los últimos quince años en algunos países latinoamericanos y haciendo bandera de la soberanía, identificando como enemigos a los políticos serviles al neoliberalismo y al capital financiero. Para contrapesar el crecimiento de este proyecto, desde los monopolios de la comunicación se impulsó a la formación política «Ciudadanos», un «Podemos neoliberal», que con un discurso de regeneración y combate a la corrupción sostiene un programa regresivo.

De modo que, sin contar con las organizaciones locales o regionales (regionalistas o nacionalistas), cinco fuerzas se disputaban el tablero: PP y PSOE, representando la vieja política neoliberal; Ciudadanos, funcionando como «marca blanca» de las anteriores; y, por  último, Podemos e Izquierda Unida, partidarias de la defensa y ampliación de los derechos sociales y la soberanía.

Sabiendo que a nivel local las situaciones son variopintas, y temiendo que en muchas localidades pudieran querer usar su nombre tránsfugas y personajes dudosos si ninguna identificación con los planteamientos de Podemos, esta formación decidió no concurrir con su nombre a las elecciones municipales, orientando a su militancia a promover candidaturas de «unidad popular», tratando de agrupar, allá donde fuera posible y se considerara pertinente, a independientes, Izquierda Unida y otros partidos progresistas o de izquierda.

No en todos lados se pudo conseguir esta convergencia amplia, dándose el caso extremo de que en algunas ciudades importantes, como Sevilla, se presentaron hasta cuatro candidaturas progresistas o de izquierda (sin contar las testimoniales), redundando en desmoralización del activo político y desorientación del electorado, lo cual se reflejó en los resultados.

Esa situación, afortunadamente, contrasta con la de las principales capitales, Madrid y Barcelona, donde se pudieron fraguar alianzas más inclusivas, encabezadas por figuras de consenso y alta valoración ciudadana, que permiten a las fuerzas antineoliberales ser un factor importante para su gobernabilidad y posicionarse como alternativa de cara a las elecciones de noviembre.

No lo tendrán fácil, ya que la descomposición del viejo sistema de partidos, su hegemonía cultural y sus redes clientelares, como era de esperar, no ha sido aún la suficiente como para permitir una ruptura democrática y la apertura de un proceso constituyente.

Las candidaturas de unidad popular, tras las elecciones, tienen un desafío que han de ser capaces de leer no sólo en clave local, sino pensando en la batalla de noviembre: ser capaces de compaginar dos necesidades que, dada la correlación de fuerzas actual, es imposible conseguir al mismo tiempo y hay que saber equilibrar.

Por un lado, desalojar de las instituciones al enemigo principal, el Partido Popular, y acceder a ellas para desarrollar políticas públicas y abrirle espacios de desarrollo al movimiento popular. Lo cual implicaría, allá donde fuera posible llegar a la alcaldía con sus votos, subordinar al Partido Socialista sin concesiones programáticas ni convertirse en tabla de salvación de un partido cuyo destino debe ser el mismo que el del PASOK en Grecia.

Por el otro, subsistir ante los ojos del electorado más despolitizado como una alternativa fresca a la «vieja política» y evitar alianzas cortoplacistas o mal fraguadas que hipotequen el capital político conseguido.

También es importante en un Estado plurinacional como el español, entender bien esa característica y ser capaces de leer adecuadamente los resultados en las ciudades y pueblos gallegos, vascos y catalanes, donde el voto por las convergencias impulsadas por Podemos (incluso en Barcelona donde ERC y CUP, dos listas soberanistas de izquierda, consiguieron también buenos resultados) proviene en buena parte de electorado con conciencia nacional y existen otras fuerzas políticas de izquierda que los representan.

Hasta noviembre quedan cinco meses de intensa confrontación de proyectos, en los que activar la calle y ganar la «batalla de las ideas» en todos los espacios será clave para desequilibrar la balanza a favor de la soberanía y la dignidad que representa el bloque popular frente a la dependencia y la sumisión del continuismo neoliberal.