4 may. CI.- Matt Mitchell es ante todo un negro de un barrio popular en Estados Unidos -EEUU-. Este hacker asesora a su comunidad en el barrio Harlem, de Nueva York, en temas de seguridad digital y entrena a integrantes de movimientos sociales, así como a periodistas estadounidenses y extranjeros. Colombia Informa lo entrevistó para dialogar acerca de la seguridad estatal, el uso de nuevas tecnologías para la vigilancia, los falsos positivos judiciales y el uso de las redes sociales.

Colombia Informa: Cuéntenos sobre la relación entre tecnología, raza y persecución política.

Matt Mitchell: La tecnología viene de la mano con la vigilancia y todos la conocemos, ese ojo vigilante es el lado malo de cualquier tecnología. Con la energía nuclear tienes cosas buenas pero también las bombas nucleares. Con las modernas redes sociales, computadores y celulares, podemos hablar con nuestras amistades en cualquier parte del mundo, pero somos vulnerables a  la vigilancia digital.

La vigilancia siempre ha existido como una herramienta de poder y se utiliza para oprimir al pueblo. La costumbre es observar a las personas como sospechosas, manteniendo los ojos sobre sus movimientos, palabras, pensamientos, hasta el punto de intentar controlarlos o reprimirlos. Las personas negras, morenas y latinas dentro de los EEUU son altamente vigiladas, especialmente en los centros urbanos como Los Ángeles, Anaheim, California, Chicago, Illinois, Miami, Florida, New York. Particularmente en los barrios que son en su mayoría de negros o latinos, por ejemplo, en mi barrio existen muchos niveles tecnológicos para vigilar a las personas en el marco del estigma racial. Esta vigilancia es permanente y no responde necesariamente a órdenes de la Corte [Fiscalía], siempre hay vigilancia, todo lo que hace la gente se criminaliza.

C.I: El Gobierno siempre vende la idea de «seguridad» con los avances tecnológicos, ¿por qué hay que desconfiar de esto?

M.M: La primera cosa que hace el Estado para desarrollar la vigilancia es usar la parte emocional de las personas, no la parte racional. El Estado dice que hay algo malo pero no sabe qué es, así que muestra la vigilancia como la seguridad ciudadana; pero seguridad de quién y de qué, nunca lo definen. El reto para la gente es cuestionar: cuando construyes una cerca ¿estás encerrando algo o estás dejando algo afuera, qué pretendes realmente?.

En los centros urbanos la primera cosa que el Estado hace es decir que hay una cosa, como una pandilla, una amenaza que es lenta pero en crecimiento; utilizan el tema de la droga y la violencia. Bajo este discurso uno pensaría, ¿cómo en un país con tanto dinero y capacidad militar un solo grupo está cometiendo todo este crimen? Lógicamente ahí deberías pensar que eso no tiene sentido. Pero apenas crees la historia del Gobierno te dice que no te preocupes, solo está pasando en esta pequeña parte de la ciudad, donde usualmente no vas porque no haces parte de este grupo sospechoso, que vive cerca del ferrocarril, la industria o habita edificios deteriorados y entonces ¡les crees! Luego el Estado te dice que van a construir una cerca alrededor de este lugar para vigilar a esa gente y escuchar todo lo que hacen, y tú ya tienes miedo y pides que protejan tu hogar, tu familia, tus cosas.

La realidad es que  estas pequeñas partes de la ciudad son escenarios de entrenamiento para nuevas leyes y tecnologías que permiten recoger información privada de la ciudadanía. Tan pronto como logran vigilar un lugar, el nombre del grupo que te asusta cambia y, en vez de la pandilla, el nuevo enemigo de la seguridad ciudadana es la gente que piensa y actúa de cierta manera, o esa gente joven tirando piedras, o estos estudiantes enojados sobre los precios de las matrículas; hasta que el Estado te convence de que la vigilancia es importante en todos lados, en todo el transporte público y en todas las esquinas porque nos protege. Pero te falta preguntar de qué te protegen.

El Estado no dice cuánto vale la cerca ni el muro, tampoco cuánto dinero necesitará en los experimentos tecnológicos, pero todo esto cuesta una cantidad absurda, y son los recursos que deberían ir a la educación si se quiere destruir la raíz del crimen. Nadie quiere participar en los crímenes, se ven obligados a hacerlo por no tener garantías como la educación, y realmente es más caro que el Estado siga negándolas.

C.I: ¿Cómo se transforma el barrio y el comportamiento de la gente cuando hay alta vigilancia y presencia de la fuerza pública en Harlem?

M.M: En Harlem no ocurre como en Palestina, donde te están vigilando y no te puedes mover. La gente cree que tiene libertad de movimiento, libertad de pensamiento, libertad de expresión. Pero rápidamente te das cuenta que cuando sales del barrio todo es diferente, no hay tantas cámaras ni torres que vigilan, no hay gente que vigila tu Facebook o Twitter, y empiezas a hablar con personas de otras partes de Nueva York, o del mundo, sobre lo que has notado y no tienen ni idea de lo que estás diciendo. Esto pasa porque no tienen sus barrios iluminados con bombillos gigantes durante la noche, ni amigos que escribieron algo en su Twitter y luego fueron detenidos por ello.

Luego te preguntas por qué nos tratan diferente, y no tienes otra opción que concluir que es porque el  Estado te ve como un criminal aunque no hayas cometido ningún crimen. El Estado crea una atmósfera criminal, genera un ambiente para pensamientos irresponsables y hace que las personas pierdan la esperanza y sean abusadas por el sistema.

Yo pensé luego de actuar bien, por qué aún me ven como un criminal y sigo con hambre. Entonces, para tener comida por qué no me uno a una pandilla y trato de cambiar esta situación. Si me cogen me mandan a la cárcel y ya.

El Estado está fijando una trampa para que vayamos a la cárcel, para que tengamos experiencias negativas con la fuerza pública y terminemos detenidos. El sistema penitenciario es una maquinaria que genera ganancias para el Estado, pero solo cuando está llena, entonces necesitan cuerpos para meter allí y nos han escogido para ello. El Estado no me quiere aquí, no quiere mi existencia ni la de mi gente, engrasa la escalera para que no salgamos de la pobreza. Así funciona más o menos la vigilancia en el barrio y en el comportamiento de la gente.

C.I: ¿Cuáles son las exigencias de la gente en los barrios?

M.M: Las personas quieren cosas muy sencillas. Trabajan mucho pero siguen siendo pobres, viven en una casa o un apartamento manejado por el Estado; pero si ves en Nueva York las paredes están llenas de hongos, tienen daños causados por el agua y no son reparadas. Tienen ratas y cucarachas, y los ascensores huelen mal. La gente solo quiere un lugar que no huela mal, un hogar digno. Quieren cosas muy sencillas, guardería para sus niños, a veces ni piensan en cambios radicales porque ni sueñan que es posible. Solo quieren vivir como seres humanos sin que les roben la dignidad.

En la cotidianidad sientes que no eres como el resto de las personas, y tu dignidad está siendo desafiada; te violan de diferentes maneras y esto es muy dañino para tu bienestar emocional y psicológico. Las personas quieren estar felices, reír y bailar, hacer lo que las otras personas del mundo quieren ¿no? Eso es lo que están pidiendo y nunca lo reciben. El Estado responde con darles una nueva cámara en vez de un pasillo limpio.

C.I: ¿Como la gente está resistiendo estas cosas?

M.M: Empiezan con aprender sobre el Estado y qué capacidad para vigilar tiene. Cuáles son las herramientas que tiene y cómo son utilizadas para juzgar a la gente. Luego aprenden qué pueden hacer y qué no pueden hacer. Se dan cuenta de cómo están realizando estas detenciones masivas y llevando la gente a la cárcel por lo que escriben en Facebook y Twitter. Y dialogamos acerca de que no necesitamos estas herramientas para comunicarnos.

A través de ‘Crypto Harlem’ nos reunimos cada mes durante tres horas. Allí pasamos tiempo repartiendo volantes en las calles, iglesias, mezquitas, barberías, peluquerías, parques; porque quieres llegar a la gente y allí es donde está. No queremos usar la comunicación electrónica para ver a cual fiesta ir, todos simplemente saben donde es cuando ven el cartel en el lugar indicado. Así la gente vendrá, aprenderá y contarán a sus amigos, y sus amigos vendrán a la próxima y aprenderán también sobre la vigilancia y sus motivos. Si hay un bombillo que ilumina durante las noches en tu comunidad sabes que puedes escribir una carta a un Congresista, que puedes escribir una carta al Alcalde, hay muchas cosas que puedes hacer.

Siempre debes resistir, el Estado quiere hacerte sentir que no hay esperanza, que pienses que la resistencia es inútil, pero realmente cuando resistes ganas mucho y eso es lo que hemos aprendido. Hemos estado haciendo este programa por tres años y es para visibilizar este mensaje: el Estado quiere que sintamos que no hay nada para hacer y no le pueden contar a nadie sobre lo que está pasando. El Estado se comporta como cualquier persona abusiva, quiere hacer sus desmanes en secreto. Y nosotros vamos a los medios y vamos a otros lugares y avergonzamos al Estado y a los políticos, avergonzamos a las personas que nos hacen estas cosas, y de paso nos educamos mutuamente.

C.I: ¿Cómo hacen para convocar a los eventos y superar el alcance de las redes?

M.M: Creo que es gracias a que nos empoderamos y así es como ganamos. Somos gente que hace ruido de manera creativa, así es como nos comunicamos. No nos encajamos en darle toda nuestra información a Mark Zuckerberg [Dueño de Facebook]. La gente debe evitar usar el medio que les está reprimiendo, debe aprender cómo usarlo, y conocer las maneras en que hacíamos las cosas antes.

Una cosa increíble de la tecnología es que muchos movimientos han surgido a través de las redes sociales, como la ‘Primavera árabe’ y ‘Black Lives Matter’. Podemos difundir mensajes por todo el mundo en segundos pero así no ganaremos ya que permitimos que nos vigilen. Ahora se puede ubicar a cada activista en tu ciudad oprimiendo solo un botón. Estas personas que utilizan las redes se arriesgan y también representan un riesgo para el movimiento social. Yo aconsejo volver a repartir volantes y pasar algo a la mano de otra persona, hacer reuniones en la casa de alguien y ser creativos al momento de comunicar el lugar y la hora; hay maneras en las que antes nos comunicábamos y son mucho más seguras.

Si la clase rica y poderosa te dice que así debes comunicarte es para seguir oprimiéndote. Generaciones de personas se comunicaban de ciertas maneras y funcionaba, así que debes usarlas y mejorarlas. El Estado pretende que en un par de años la gente no sepa cómo hacer una reunión, escribir un volante o promover un evento sin usar las redes sociales.

Tenemos que ver cómo usamos lo mejor de la tecnología. Podemos tener cuentas en Facebook con usuarios falsos, con los nombres de varios políticos, por ejemplo, y las usamos para compartir un mensaje; siempre evitando que nos ubiquen, usando exploradores como ‘Tor’ y versiones ‘Onion’ para Facebook. Las cuentas gratis de correo encriptado son muy útiles. Tienes que saber tomar lo que te dan sin aceptar la parte que te quieren vender. Puedes ser más inteligente en cómo usarlo y para qué lo usas.

C.I: En Colombia el Estado persigue a las personas que pertenecen a los movimientos sociales y son líderes en sus comunidades. Hace poco hablaste acerca de unos jóvenes en Harlem que fueron judicializados por pertenecer a un grupo de amigos, ¿puedes profundizar en este caso?

M.M: Lo que pasa en mi barrio es que en la televisión dicen “Detuvimos 500, 300 o 100 personas. Las calles ahora están seguras, mira todo lo que encontramos”, y es la historia para que todos vean a los policías como héroes; pero la realidad es que no sabemos quiénes fueron esas personas. Lo que encontramos en las noticias sobre crímenes es simplemente un periodista que lee los comunicados de prensa escritos por la Policía.

Cuando hablamos con uno de los jóvenes que fue arrestado, Jelani Henry, supimos que era inocente. Las pruebas que utilizó la Policía contra él fueron números telefónicos que tenía en su celular; «me gusta» y comentarios que hizo en publicaciones de Facebook con la persona que verdaderamente cometió un delito. Si una persona particular comete un delito, como en este caso, buscan a todos sus contactos y a todas las personas que tuvieron interacciones sociales con esa persona, en Facebook y por teléfono; a esto lo llaman ‘acusación inteligente’ o ‘investigación inteligente’ pero la verdad es que es muy estúpida.

En este caso hicieron una lista de cerca de cien personas y allanaron muchas casas durante una mañana, detuvieron a varios de sus habitantes pero estas personas no necesariamente eran criminales; no tenían cargos imputados y no terminaron en la cárcel, pero en las noticias esta parte de la historia no se ve. Si tienes a cien personas capturadas la imagen de la Policía es de eficiencia, y eso les hace quedar mejor ante la opinión pública. Capturar inocentes que, luego de varios meses en prisión y demoras en el proceso judicial, aceptan llegar a acuerdos y así la institucionalidad mejora sus índices de capturas a “criminales”.

Jelani Henry mantuvo su inocencia, pero estuvo en la cárcel de Rikers durante diecinueve meses, y de repente lo liberaron. Es muy desgastante estar tanto tiempo en la cárcel y saber que eres inocente. A Henry no le dejaron pagar su fianza con dinero que recogió solidariamente, y retrasaron su libertad con mucho papeleo.

En este caso tenemos a los medios diciendo una cosa y a personas que no investigan y reflexionan acerca de los detalles. Personas injustamente judicializadas que hoy son acusadas de pertenecer a una pandilla, a un tiroteo o al narcotráfico. Pero mañana van a ser personas que están en contra del presidente Trump o se burlan de un político en las redes sociales. Porque esto es lo que vemos en otros lados, los Estados autoritarios no simplemente surgen en la oscuridad de la noche.

C.I: Es evidente que el inmigrante cuando viene a EEUU se encuentra con un muro no solo cultural sino material. ¿Qué relación existe entre el inmigrante latinoamericano y toda esta vigilancia que lo rodea?

M.M: A todo el mundo le decimos ¡Ven a EEUU!, ¡Mira este programa de televisión!, ¡Mira este video de música!, ¡Mira esta película!, !Mira cómo todo es maravilloso!. El inmigrante sube al avión, paga mucho dinero para llegar acá; en el aeropuerto lo saludan e inmediatamente empiezan a separarlo: “ciudadanos estadounidenses por acá, el resto del mundo por allá”.

Los ciudadanos estadounidenses se toman una foto con un computador, imprimen un papel y básicamente ya salen del país. Pero si no eres ciudadano te toman las huellas de los dedos y te preguntas qué y por qué haces tantas cosas; tienen tu escaneo de la retina, todas tus medidas corporales, te preguntan por qué estás aquí, a qué vienes, dónde vas a quedarte y ahí sientes que en realidad no es un país tan libre como lo indican los medios.

Luego el inmigrante sube al bus y ve que hay cámaras y micrófonos que graban a todas las personas. Cuando el inmigrante desea conseguir cosas básicas como un carné de salud, de biblioteca o de conducción tiene que registrarse en listas con datos falsos, porque en nuestro país no garantizamos ni siquiera lo más básico. Sin embargo, la gente tiene que registrar sus direcciones y números de teléfono en bases de datos que después el Estado utiliza para ir a sus hogares con la excusa migratoria.

El expresidente Obama, que tiene la imagen de ser alguien chévere, dijo que tenemos que mandar un mensaje a Latinoamérica: “La gente cree que en el verano está bien venir acá, viajar a nuestra frontera y cruzarla. Hay un mito de que somos suaves con las personas que llegan, específicamente mujeres y niños, entonces ahora haremos una ley que haga énfasis en mujeres y niños de Latinoamérica”. Así fue como en junio del verano de 2015 empezó el programa donde deportaron a cientos de mujeres y niños específicamente latinoamericanos.

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