Esta es la historia de un hombre que respira y emana rock hasta las entrañas. Una pregunta casual en un pasillo cualquiera durante una de sus visitas a Colombia se convirtió en la más agradable de las conversaciones. Historias que van de Celia Cruz al guitarrista de AC/DC. «Estar en Colombia me abre el corazón, además de soltarme la lengua”, reconoce.

 

Por Deisy A. Rodríguez Lagos*. Alejandro Taranto levantó el teléfono y habló con Jerry Masucci en New York, director de Fania All Stars, el grupo en el que Celia cantó durante más de 10 años. Le contó que los chicos de la banda ska Los Cadillacs querían a Celia en Argentina para grabar junto a ella una canción. Masucci dijo que estaba bien. A él y a Celia les interesaba promocionar The Winners, su reciente álbum por aquellos días con Wily Colón, en el país gaucho. El 5 de septiembre de 1988 Taranto recogía a quien califica como “una señora divertida, profesional y divina” en el aeropuerto Ezeiza de Buenos Aires. Acompañó a la Reina de la Salsa y a su esposo y representante Peter Night a una gira con medios de comunicación locales, a cenar y luego a grabar el que seria un rotundo éxito musical: Vasos Vacíos.

La noche antes de la grabación fueron a comer carne asada y papas en rodaja a la española. Alejandro tomó el salero y lo sacudió sin compasión sobre las papas pese a que era hipertenso. Tras el hecho Celia, con una expresión en su rostro de sorpresa y preocupación le dijo: “Eh chico no, no le pongas tanta sal que te va a hacer muy mal…”. Alejandro dejó la sal para siempre. Así solía ser ella, mágica, recuerda. En el estudio Panda ubicado sobre la avenida Segurola, Celia usaba un traje azul marino, llevaba el cabello rizado y pintado de rojo carmesí igual que su boca. Los instrumentos de Los Cadillacs ya habían hecho lo suyo. La voz de la banda, Gabriel Julio Fernández, Vicentico o Gabi como le dicen entre amigos, tenía la letra escrita a maquina. Cuando Celia recibió la hoja, sus primeras palabras fueron: “porfavor Alejando hágame laletra más grande porque no la leo”.

…Aquí te quiero decir
No te preocupes mi amor
Que yo te voy a entender
Que yo te voy a querer…

Esta estrofa que va antes del coro de Vasos Vacíos no había sido escrita por Vicentico. Fue inspiración de Celia, quien en menos de una hora, parada frente al micrófono junto a él, hizo que su estilo encajara a la perfección con el ska de los Cadillacs y así quedó la canción.

Celia no había estado en Argentina más de una vez. En el país del tango y la milonga era tan desconocida como la salsa porque allí no tenía precursores como en Colombia o Cuba. A los esclavos que llegaron en tiempos coloniales los mató una epidemia de fiebre amarilla. Pero a Alejandro, melómano desde que tiene memoria, el sabor de la guarachera lo tenía encantado. Lo mismo le sucedía a periodistas especializados y a cantantes en formación como Ariel Rot y Andrés Calamaro, quienes dos años después de presenciar la grabación de un éxito coreado hasta el sol de hoy, serían parte de Los Rodríguez al lado de los españoles Germán Vilella y Julián Infante. “Recuerdo esa noche como si fuera ayer”, asegura Taranto, quien desde entonces recibió y respondió cartas que Celia le escribió preguntando con especial interés por Tomás; aquel 5 de septiembre al tiempo que Taranto atendía cada detalle de la grabación, conoció los resultados médicos de una prueba de embarazo que se había hecho su esposa. Tomás venía en camino.

Con 51 años de edad, este rockero de pura cepa viste jeans, camisetas oscuras y chaquetas de cuero. Su barba gris y sus ojos color mar lo diferencian perfectamente entre multitudes.

Taranto estuvo en Rock al Parque 2014. En el Parque Simón Bolívar de Bogotá, en primera fila, sostenía a ratos un vaso de cerveza sin alcohol y con la otra mano saludaba viejos amigos, eso sí, sin dejar de escuchar con atención cada una de las bandas que tocaban. No podía dejar pasar la ocasión para celebrar los 20 años que cumplió el festival coordinado ahora por Santiago Trujillo, en el que artistas internacionales ratifican la potencia de sus melodías, y nacionales encuentran en tarima la pista de despegue de sus carreras musicales.

De ninguna manera se lo iba a perder. No dudó en aceptar la invitación que le hicieron desde el Instituto Distrital de las Artes para compartir su vasta experiencia como productor de artistas y bandas de renombre como León Gieco, Celia Cruz, Pantera, Green Day, Motley Crue, Van Halen, Kid Rock, Scorpions, Sugar Ray, Skid Row, Deftones, AC/DC, Led Zepellin, entre muchas más. Junto a los productores Tue Madsen de Dinamarca y Germán Villacorta de Perú y Estados Unidos, fue ponente en el conversatorio Producción y Creación Artística en la Música Extrema. Por los estudios de Madsen y Villacorta han pasado los Rolling Stones, Ozzy Osbourne, Alice Cooper, Juan Gabriel, Beyoncé, La Pestilencia, Suicide Silence, Headcrusher, Soziedad Alkoholika y Earth Crisis, por citar unos pocos.

Aquella visita fue la ocasión para reunirse con Andrés Giménez, Marcelo Corvalán y Andrés Villanova, ex integrantes de A.N.I.M.A.L. (Acosados Nuestros Indios Murieron Al Luchar), una banda que combinó en sus canciones nû, tras y heavy metal durante 14 años de existencia y con la cual Taranto trabajó en la producción de 6 de sus 7 discos. Corvalán ahora canta y toca el bajo, Villanova la batería en Carajo, y Giménez canta en De La Tierra. Taranto no viajaba a Colombia desde el 2005, cuando era representante de A.N.I.M.A.L. con quienes ya había conocido el país por primera vez en 1997. Luego en el 98, 99… y en 2004 con La Mississippi, banda argentina de blues para la que produjo el disco Siete Vidas.

Hoy además de ser un auténtico arquitecto de sonido, como se refiere a su profesión de varias décadas, es el bajista de Granada, un grupo de heavy metal con el que estuvo de gira en México entre septiembre y noviembre del 2013, por Juárez, Chiguagua, Saltillo, Monterrey, Tujiana, Nuevo Laredo, Matamoros y Reinosa. Aunque disfruta lo que hace, reconoce que para nadie es sencillo estar lejos de casa. En Buenos Aires siempre lo espera una pequeña de 4 años: Nina, el nombre que tiene tatuado en los dedos de su mano izquierda. Es su segunda hija, quien no solo lo hace feliz igual que a su esposa Carola, sino también a su madre que cumplió 78 años, la mujer que le enseñó que “el dinero se gana con honestidad”. El primero fue Tomás, hace casi 27 años. Su nombre también lo lleva en la piel, al lado izquierdo, justo donde queda el corazón.

Alejandro Taranto permaneció hasta los 6 años con Dominga, su abuela paterna. Con ella aprendió a escuchar música clásica y ópera. En su mente se quedaron obras como La Traviata y Aída. Más tarde Lola, de descendencia indígena y esposa de un tío suyo hermano de su madre, se convirtió en su tía favorita porque supo entender sus caprichos de niño y de joven. Cuando la visitaba, Taranto solo escuchaba emisoras populares de cumbia. Sin embargo, el ritmo que lo impactó fue el de un señor que vio en televisión vestido de pies a cabeza de charol. Era Sandro de América bailando rock and roll como Elvys Presley. Desde ese momento supo qué quería hacer.

Aún era un niño y nada le interesaba más que conseguir discos. El primero que compró fue uno de Luis Aguilé, un vinilo de lado A y lado B que no traía más que dos canciones. Hasta el Piano Bar, tercer álbum de Charly García, fue su arduo admirador. Luego conoció el Dark Side Of The Moon de Pink Floyd y el Mashine Head de Deep Purple.

La tarde de un sábado estaba en casa con Gustavo, su hermano menor. Su padre, un ebanista que siendo dueño de una fábrica de muebles trabajaba como obrero al lado de sus empleados, llegó con algunas copas en la cabeza y mirando a Alejandro Taranto, quien ya tenía 11 años, le dijo: “aquí tenés la guitarra eléctrica que siempre pediste”. El regalo era casi perfecto. Casi porque no tenía cuerdas, puente, clavijas ni amplificador, y teniendo en cuenta que eran años en los que gobiernos democráticos y militares de Argentina se alternaban el poder, la economía y las libertades llevaban del bulto. Conseguir un instrumento musical era toda una hazaña. Por eso Taranto con su guitarra incompleta era un privilegiado. La armó como pudo. Consiguió las piezas para hacerla sonar y sin tutorial de youtube, lo logró. Después la canjeó por otra y finalmente se quedó con el instrumento que continúa interpretando. El bajo eléctrico le gustó más, señala, por su contundencia y descubrió que se podía tocar de una manera más sencilla que la de Jaco Pastorius, uno de los pioneros del jazz y el funk.

Con amigos y conocidos del barrio como Eduardo de Palma en la batería, Jorge Serazal en la guitarra – “el que tocaba bien”-, Sergio Doronsolo en el teclado, Miriam Muller como cantante y él en el bajo, formó una banda. A pesar de no ser un virtuoso, creía saber a qué ritmo debía tocar y cantar su generación. Tal vez se llamaban Aladino o Paseo. No lograron ponerse de acuerdo con el nombre y la banda duró poco tiempo. De todos modos su primera presentación en público tuvo lugar en el colegio de sacerdotes La Salle. Para esa época, los años 70, Taranto con 15 años era el chico raro al que los demás se quedaban viendo al pasar y de quien cuchicheaban. Leía revistas locales como Pelo y Expreso Imaginario. Llevaba camisas sin cuello y las estampaba con nombres de bandas rockeras que marcaron el rumbo de su vida. “Ya sabía que no quería ser un tipo de saco y corbata”.

En navidad o para las fiestas de reyes conseguía emplearse como vendedor de juguetes para reunir algo de dinero y poder comprar discos que escuchaba una y otra vez. Luego los canjeaba por otros o los revendía. Quería que sus amigos se hicieran rockeros y escucharan los enérgicos sonidos rockanroleros que él conocía y que no sonaban en radio.

En el año 1975 Taranto dejó el colegio tras la muerte de su padre. Tenía 17 años y empezó a trabajar como pintor de brocha para ayudarle a su mamá con los gastos de la casa. También se dedicó a la confección de camisas estampadas.

Entrados los 80 ganaba dinero cargando y descarando instrumentos en los conciertos y consiguiendo espacios en donde pudiera tocar Marte Ataca, una banda de after punk que solo grabó un disco.

Entre tanto conoció a Isa Portugheis, manager de Riff y baterista de Pappo’s Blues, quien trabajaba en la agencia Rodríguez Ares Producciones a la que Taranto llegó tras una breve pero trascendental conversación, ya en 1985.

Portugheis: ¿Vos qué querés? ¿Ser músico?
Taranto: Sí, yo quiero ser músico. Quiero tocar en una banda.
Portugheis: ¿Y para qué?
Taranto: Porque quiero aplicar mi creatividad en una banda.
Portugheis: ¿Vos no te das cuenta? ¡Tenés mucha creatividad! ¿Por qué no la aplicás en varias bandas?

Su nuevo trabajo consistía en escoger de una lista de artistas, a uno; escucharlo en vivo, sugerir, quitar o poner detalles a las canciones y venderlas a compañías disqueras, promocionarlas en radio y conseguir eventos públicos. Los últimos de aquella lista, solo porque eran los últimos, fueron en los que Taranto fijó su atención. Eran “9 gorditos desafinados” que tenían un disco grabado. Hacían ska y se llamaban Los Fabulosos Cadillacs. Carlos Rodríguez Ares, dueño de la agencia, le preguntó si estaba loco. No entendía porque había elegido a la banda más pequeña. El productor Lalo Mir tampoco comprendió. Taranto solo les dijo: “Lo sé, son pésimos. Pero yo, de esta banda voy a hacer algo grande”. A Taranto le gustaban los retos, igual que ahora.

Con los Cadillacs grabó Yo te avisé y Ritmo Mundial. En el primero trabajó en producción Andrés Calamaro, ganó disco doble platino y logró su primera gira por países de América Latina; el segundo, que es el que incluye Vasos Vacíos, fue bien recibido por los medios de comunicación. Los lanzó a las grandes ligas. El éxito de Los Fabulosos Cadillacs se tradujo en ventas, conciertos masivos y fiestas. Hasta ahí llegó Taranto con la banda. Sus propósitos ya no estaban en sincronía. Tomás iba a nacer y vicios que él dejaba, como la cocaína, envolvían para entonces a algunos de los integrantes de la banda. En el siguiente disco, El Satánico Dr. Cadillac, la canción que tiene el mismo nombre es precisamente una dedicación a Taranto, quien considera que por el hecho, Vicentico, su autor, le debe una disculpa. Eso, asegura, le dolió. “Un manager es la mano invisible detrás del artista. A veces es un trabajo ingrato. Hay de los que le alistan la coca a los músicos y los que saben decirle no a sus inseguridades, los que sacan lo mejor de ellos”. Taranto asegura que él no era de los permisivos.

Tras haber dejado a los Cadillacs, su carrera como representante y arquitecto de sonido se enfocó en aquello que mejor sabe hacer: crear. Produjo discos de reggae, metal, punk y pop, y fundó en 1992, Tommy Gun Records, su propio sello discográfico con el que ha grabado centenares de discos y que fue la evolución de un proyecto similar: América Rock.

Taranto conoció a A.N.I.M.A.L. cuando Andrés Giménez, siendo guitarrista de Beso Negro, quiso trabajar con Tommy Gun Records. Beso Negro quedó a un lado, y con el bajista Marcelo Corvalán, a quien conocía porque iba con Dulce Veneno a la misma sala de ensayos, y Aníbal Alo en la batería al inicio, grabaron Acosados Nuestros Indios Murieron Al Luchar en 1993, su primer disco, no en cassette sino en cd y tenían fechas propias de conciertos en las que ellos eran quienes invitaban a otras bandas a tocar. Alo se marchó y quedó en la batería Martín Carrizo. Luego grabaron Fin de un Mundo Enfermo y en 1995 viajaron a Los Ángeles, Estados Unidos, para grabar El Nuevo Camino del Hombre , -el tercero- en los estudios de David Jerden. Por allí pasaron Talking Heads, Red Hot Chili Peppers, Mick Jagger y The Rolling Stones, Ántrax y The Offspring.

Al interior, A Giménez le decían Demente; a Carrizo, Kleptus; a Corvalán, Pudrus; y a Taranto, Macabrus. Así se registraban en los hoteles para evitar ser interrumpidos. Más tarde las giras los saturaron. Un día dormían en Bogotá, luego en Santo Domingo, en Lima o en Santiago. En ocasiones el cansancio hacía que confundieran la ciudad en la que tocaban y la saludaban con otro nombre.

En el año 2000, regresaban de Europa pero aún no podían irse a casa. A penas empezaba el Vans Warped Tour por Estados Unidos y Canadá, festival que, como Rock al Parque cumplió 20 años en 2014. También debían tocar en otros países de Sudamérica hasta cerrar la gira en Buenos Aires. Corvalán fue el primero en hastiarse. Dijo que esa era la última vez que acompañaría a la banda. Se fue. Los demás no querían parar. Estaban acostumbrados a no parar y a entregarle todo a A.N.I.M.A.L. A Corvalán lo reemplazó Cristian Tití Lapolla. Para Taranto, Lapolla y Rober Trujillo, bajista de Metallica, son los mejores, entre docenas de bajistas con quienes ha grabado. Sin embargo, A.N.I.M.A.L. no fue lo mismo. La gente pedía la formación original. La desmotivación alcanzó a Giménez, quien aceptó el fin de la banda con lágrimas bajando por su rostro, mientras conversaba al respecto con Taranto.

Por dos años y medio Taranto dirigió el sello 4K Records; allí conoció nuevas bandas que lanzó a los escenarios más codiciados. Attaque 77, Don Adams, Hermética, Infierno 18, La Mississipi, Letal, Massacre, U.K. Subs, Zumbadores, son entre otras bandas, las que han producido discos con Taranto. La más reciente por la que apostó es Antenor, de groove metal, de la provincia de Río Negro en la Patagonia, de donde provienen las manzanas y las peras más jugosas de Argentina. Como es costumbre en él, apuesta por lo desconocido, asume riesgos con gusto. Después también trabajó como productor de Sony Music y Warner Music.

Entre sus hazañas -y para muchos locuras- cuenta el disco Radio Olmos que grabó en agosto de 1993, en el Penal de Olmos de Buenos Aires con ayuda de un estudio móvil. Gastó 35 mil dólares para que los presos escucharan en vivo 7 bandas de heavy metal y punk: Hermética, Letal, Pilsen, A.N.I.M.A.L., Massacre, UK Sups de Londres y Attaque 77. En total quedaron 14 canciones en el disco dedicadas a la libertad y a las personas privadas de la esta. El dinero de las ventas fue destinado a la radio de esa prisión sin importar si hacían sonar pachanga o cumbia. Lo que importaba era que aquella cárcel tuviera una radio para difundir música y hacer, al menos, un poco más llevaderos los días de los presos.

Grabar canciones en Estados Unidos, visitar países europeos con una banda de habla hispana e incluirla en el cartel del Warped Tour como la única en español, o grabar un disco dentro de una cárcel, son sueños hechos realidad. Por otro lado, fumarse un par de cigarrillos con Angus Young, guitarrista de AC/DC o tomar whisky con Dimebag Darrell, guitarrista de Pantera, Damageplan, Megadeth y Metallica, uno de los 100 mejores de la historia según las revistas Rolling Stones y Metal Hammer, son bendiciones para Taranto. Él, la mano invisible tras éxitos musicales indiscutibles, aun no se siente cansado. Ama el rock. No quiere que muera. Por eso continúa apoyando solistas como Chiara Sicco y bandas como Infierno 18 donde toca su hijo Tom y su sobrino Nico Taranto, o como Antenor.

En el estudio y en el escenario con Granada, su banda, no importa si unos ya tienen 50 años y otros 30 o 25. Los une la fascinación por hacer música.

El hombre de los ojos color mar, al finalizar nuestro encuentro en una improvisada sala de muebles blancos bajo una carpa del Parque Simón Bolívar, sentenció con una sonrisa dibujada tras su barba gris: “me sacaste cosas que no conté con tanto detalle hasta ahora. Estar en Colombia me abre el corazón además de soltarme la lengua”.

Alejandro Taranto dice que no perder la esencia es fundamental. “Con los años uno se da cuenta que no hay que olvidarse ni renegar de donde viene”. Confesó que le gusta el cilantro que en Colombia le ponemos a la comida para dare sabor, las brevas con arequipe y el uso del castellano. Admira a Amparo Sandino y valora su trabajo junto a Carlos Vives, y como no, el vallenato. Asimismo a Estilo Bajo, un quinteto de raperos que escuchó en vivo durante una de las veces que visitó Bogotá. Quiso aprovechar la ocasión para hacerles saber que siempre habló de ellos donde fue, como un punto adicional para la música colombiana. Finalmente, con la humildad que lo acompaña, sugiere a las bandas del país que no busquen nombres en otros idiomas.

Para este arquitecto de sonido, la emoción de grabar un disco por primera o sexta vez es igual de intensa; tanto, como el momento previo a subirse en una tarima para poner a la gente a saltar al son de baterías, bajos y guitarras furiosas que conjugan meses de trabajo y años de práctica. El termómetro de esa sensación, dice, son los movimientos del alien que los rockeros llevan en el estómago en lugar de mariposas. Cuando no se mueve, es señal de retirarse.

* Las fotografías pertenecen al archivo personal de Alejandro Taranto, Surfandrock.tv, Fotolog.com/a_n_i_m_a_l y Rock al Campo.