Valledupar, 14 dic. CI.- Cerca de 150 personas peregrinaron hacia la vereda Lamas Verdes, en el corregimiento de Santa Isabel, Cesar, para rendir homenaje a las víctimas de la masacre ocurrida los días 5, 6 y 7 de diciembre de 2005. Participó del acto conmemorativo el Padre Javier Giraldo.

“No muere el que se va, solo muere el que se olvida”, relata un campesino sobreviviente de los hechos. En diciembre de 2005 su comunidad fue víctima del terror. Según los cálculos de los pobladores, más de 20 campesinos fueron asesinados por paramilitares al mando de Javier Urango Herrera, alias ‘Chely’.

Violencia generada por los grupos de autodefensa

La agricultura y la pesca son las principales actividades económicas que desarrolla la comunidad en esta región del Cesar. Pero la violencia generada por los grandes hacendados que buscaban expulsar a la guerrilla a través de la formación de grupos de autodefensa terminó con la tranquilidad. Muchos pobladores abandonaron sus tierras, dejaron familiares y amigos. A diez años, cobran fuerza “los deseos de volver, recordar y revivir a sus seres queridos ”, además de “recuperar sus tierras y su cultura perdida en medio de otros pueblos y ciudades”. 

Durante la conmemoración, un poblador comenta que fue secuestrado por los paramilitares y llevado al lugar de la masacre. “Regresar no ha sido fácil, hace dos años que decidí volver y recuperar un poco la vida que tenía”, explica. “Lo que no podían llevarse lo mataban”, relata otro campesino que, a pesar de que su familia fue asesinada, no abandonó su tierra. 

El reconocimiento de la región a través de la caminata permitió a los peregrinos recordar los caminos antes andados que se utilizaban para llegar a sus lugares de trabajo y hogares. Con tristeza se pudo observar la desolación; casas abandonadas, colegios con malas condiciones estructurales olvidados por el Estado. Al subir el cerro que conduce a la zona llamada Lamas Verdes, los caminantes recordaban que en ese precipicio lanzaban los cuerpos de los campesinos asesinados. Allí se hizo la primera peregrinación, y se realizaron cánticos en comunión entre la población del lugar y las personas que hicieron el acompañamiento. Bajando el precipicio se encuentra un riachuelo en el que se realizó la segunda conmemoración; allí encendieron diez velas, una por cada persona víctima de la masacre. 

Durante las actividades con los niños y las mujeres del lugar, se percibió el deseo de reconstruir la identidad robada. La música, el baile, la pintura, permitieron rescatar muchas de sus tradiciones culturales antes de la violencia. Allí compusieron canciones aprendidas rápidamente por la comunidad, como “Mama Sara”, donde se mencionan los nombres de las víctimas. Los niños realizaron dibujos que plasmaban los emblemas y colores de sus tierras, como la ciénaga, símbolo cultural de Santa Isabel. La representación de bailes propios de la región que realizaron niños y jóvenes alegró la noche de los que llegaron con la procesión. 

El recuerdo de la vida antes de la masacre lleva a las condiciones actuales de olvido: “Vivíamos una vida tranquila antes de la llegada de la violencia” comenta una pobladora, y agrega: “Las mujeres lavábamos la ropa en la ciénaga y nos dedicábamos al trabajo en nuestros hogares, pero lamentablemente la ciénaga se ha ido secando, dicen que están desviando el río lo que hace la vida más difícil, es poca el agua que nos llega y no es potable. Vivimos en el completo olvido por parte del gobierno, solo los vemos en tiempo de elecciones”. 

La conmemoración, sin embargo, hizo aflorar la esperanza: “Hemos vuelto al pueblo a recuperar nuestras tierras y recordar a nuestros familiares y amigos”. 

CI JG/PF/14/12/2015/13:29