Hoy, cuando el debate e interés sobre los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos cobra importancia de cara a las próximas elecciones, Celestino León Barrera presenta un perfil de un hermano latinoamericano que retrata esta situación en el país del norte. Se trata de un pequeño reflejo de los millones de vidas mesoamericanas que buscan a través del arte una veta de luz y fortuna en medio de la oscuridad y el racismo.

 Por Celestino León Barrera*. César Sánchez suele trabajar largas tardes en un silencio rústico, cobrizo como una pica para barrenar. Con su aspecto fuerte y nostálgico ve pasar todo tipo de rostros que ven su rostro: rostros sonrientes y otros estropeados por el odio, rostros que suelen mirarlo con cierta simpatía espontánea y sorpresiva admiración, rostros latinoamericanos que se identifican o se espantan, rostros angloamericanos que no saben que en América Latina también hay obreros y cantantes. Le preguntan si es un minero Chileno, a lo que él responde que es un obrero y que en México, Perú, Colombia y muchos lugares más también hay minas y mineros, que él también se siente chileno minero porque se siente obrero y eso es lo que realmente lo identifica. Un obrero minero. Responde para luego, con una sonrisa cortante como navaja de barbero, volver a su posición de combate.

Desde hace 7 años, César trabaja como profesional del estatuismo en plazas públicas, calles, festivales, manifestaciones artísticas y culturales representando a cuatro personajes latinoamericanos y del Caribe: un minero, un vaquero, un catrín y a un beisbolista. Su salario depende una parte de su trabajo, otra de la cantidad de espectadores que dejen dinero, y de que la policía no lo fastidie al trabajar.

De los personajes representados es con el minero con quien tiene mayor identidad en lo que a mundo latinoamericano y obrero se refiere.

Los mineros se parecen a lo que soy, me dice César, los mineros se mueven siguiendo un hilo químico y una especia de destino oculto bajo la tierra. Yo soy un mexicano que estudió la Licenciatura en Artes, Opción Danza, en la Universidad de Sonora, busqué ahí por algunos años y luego me encontré con el estatuismo, me fui de México como un minero que va a oscuras entre rocas y lodo evitando tropezarse con la muerte y caer de bruces en la cloaca de la mina, y así llegué a Estados Unidos, como otro de los más de 40.4 millones de personas nacidas fuera de USA, de los cuales once punto siete millones somos mexicanos, la gran mayoría obreros. Llegué bajo sospecha, pero buscando reventar el muro y respirar.

Los mineros van de aquí para allá escarbando sobre las posibilidades que se les aparezcan y bajo la tierra en busca de una veta segura para ellos y su familia tal como lo hacen los inmigrantes quienes luchan por agarrarse del viento más cálido anclados en pateras, atravesando desiertos y fronteras militarizadas, buscando un hilo cualquiera que pueda llevarlos a buen puerto y luego sacarlos de esquinas, parques y puertas de almacenes para la construcción donde suelen ser cazados como fieras peligrosas e indefensas, empacados en cárceles y arrojados como basura en cualquier ciudad de sus países de origen.

Cuando conocí a César él estaba inmóvil, con la esperanza puesta a lo lejos y bajo una tarde lenta de agosto que segaba la ciudad de Seattle sin aún hacerse púrpura. Ese día su rostro era rostro de obreros picadores en las minas, la luz de sus ojos mostraban que algo no iba como el esperaba ese día y arbitrariamente interpreté que su mirada siempre seguía a alguien con la intención viva de hacerle daño. Yo pasaba por ahí y esperé para invitarlo a un descanso y preguntarle cualquier cosa al principio y después meterme en su vida hasta crear confianza y preguntarle el por qué tanta rabia ese día.

Mándame las fotos que me hiciste, me dijo César, que se llamaba como se llama, que estaba cansado y que no todo iba tan mal, que las cosas mejoraban. Que recorría las tierras de sus ancestros indígenas entre Sonora y Seattle, que en su mestizaje priman los genes indígenas mexicanos, y que un blanco hoy lo había mirado con odio y había llamado la policía. Pero que unos días antes algunos mesoamericanos lo habían visto con desprecio y lo señalaron de perdedor, que debería devolverse al circo de donde salió, que no hacía nada en ese país ridiculizando a los latinos que si trabajan duro.

Latinos que trabajan duro, repitió irónico con su acento mexicano, dejando las manos y la vida en ello por un salario de esclavos. El mismo odio de dos idiotas diferentes me dijo. Sabes, comentó sin alteraciones, saberse así mismo como un obrero que refleja a otro obrero por medio del arte y en otras tierras donde la gente como yo es observada con sospecha, a veces puede resultar hasta peligroso para uno, sí porque donde todo arte crítico, todo pensamiento crítico es terrorismo, yo puedo ser tildado de terrorista, es que no sólo divertimos sino que también recreamos la realidad, construimos, ayudamos a los demás a ver que les mienten y eso no gusta ni a los esclavos felices ni a los esclavistas.

Y sí, César Sanchez, por medio de su personaje y los talleres de arte que suele dictar a jóvenes artistas, se arriesga como se arriesgan los que están en las canteras, al pie del horno, en los socavones o en el sindicato obrero, él se arriesga para mostrar esa esperanza forzada a pulso en medio de las más ásperas condiciones. Y con esa convicción su rostro busca siempre interceptar a ese otro rostro que se desconoce, a ese otro de la comarca que se niega o se es indiferente para decirle que juntos podemos trabajar para cambiar las cosas que van mal, y también para decirle a un sistema xenófobo y capitalista que los inmigrantes latinos en USA, o en cualquier pueblo del mundo, no se sienten como un peligro sino como una realidad obrera que construye futuro en todas las dimensiones de la vida incluso hasta de forma subterránea, en la América Latina o donde les toque.

Yo no busco dañar a nadie, me dijo entonces, sólo busco mirar a los ojos con mi cuerpo estático y que esos otros ojos me vean a mí y nos podamos identificar y por medio de esta otra realidad de comunicarnos que nos ofrece el arte entre pares, nos quitemos las máscaras.

Luego nos despedimos, el debía seguir su labor. Y entonces lo vi de nuevo con sus músculos tensos como cuerdas de guitarra y su rostro fijo y tiznado. Imaginé que pensaba en nuestras gentes que golpean y golpean al mundo buscando romper muros y mejorar sus vidas. Que pensaba en Michoacan, en Chile, en Bolivia o Colombia y en los socavones donde nuestra gente rasguña las paredes en la oscuridad siguiendo o buscando una veta en las minas de Sinaloa o enterrados bajo las montañas andinas como un secreto que enriquece a quienes los niegan, los persiguen y se avergüenzan al sentirse cerca de ellos-obreros, mujeres y hombres dignos que trabajan sin descanso y huelen a pobreza y a sudor.

Las cavilaciones de César, su silencio rústico y cobrizo, su quietud eran fragmentados cada  tiempo en que un espectador dejaba caer algunas monedas dentro de una lata haciéndola sonar como una pica para barrenar estrellándose contra las rocas de la montaña y bajo una inscripción directa y necesaria que dice: Take your picture! Donations! Thanks. Sí, dale, deja el miedo, dispara de una vez, pon tu flor y lárgate, hoy no estoy para chingadas, estoy trabajando.

*Celestino León Barrera es colaborardor de Colombia Informa en Seattle, Washington, Estados Unidos.