Luego de ocho días de terminado, el Carnaval de Barranquilla sigue despertando opiniones entre los ciudadanos. Ocurrió en medio de movilizaciones contra las alzas en los precios del gas, situación que hasta la fecha no se ha resuelto.
El carnaval de Barranquilla terminó este año con un clamor generalizado de la ciudadanía de regresar a las tradiciones que le dieron origen. Exigen volver al sentido cultural y no dar tanta prelación a su comercialización, lo que ha opacado últimamente el sentir popular de la fiesta.
Con muestras de diferentes grupos artísticos y folclóricos, se llevaron a cabo varios desfiles y eventos que disfrutaron propios y extraños. Para observarlos se instalaron palcos y graderías, en la Vía 40 para los desfiles, y en el Estadio de fútbol Romelio Martínez para los conciertos del Festival de Orquestas. Sus precios iban desde los 80 mil pesos, en sitios algo incómodos, hasta 300 mil pesos en los mejores lugares. Los principales eventos fueron organizados por la Fundación Carnaval S.A., encargada por la alcaldía para tales fines.
Otros eventos y bailes privados contaron con la presentación de artistas musicales de renombre, nacional e internacional. A esta solo tuvieron acceso quienes pudieron pagar los altos precios por las entradas. “Quien lo paga es quien lo goza”, como menciona un colaborador del diario La Libertad de esta ciudad, Alberto Certain, en una columna del viernes pasado.
Es cierto que en esta época muchas personas del común sacan ganancias de sus ventas y que se generan empleos directos e indirectos según la Cámara de Comercio de Barranquilla, no se puede negar que este festejo sea reconocido ya mundialmente, y que cada año lleguen muchos turistas de Colombia y del exterior que mueven la economía local. Sin embargo, la mayor parte de los barranquilleros -quienes viven en los sectores populares- lo disfrutan como una verdadera expresión popular. En las terrazas y andenes han vuelto a demostrar el sentido autóctono que tiene el carnaval, declarado por la Unesco como patrimonio oral e inmaterial de la humanidad, lo que va más allá de su promoción comercial. En las esquinas de los barrios, los vecinos se disfrazan y gozan en comunidad del jolgorio. Los niños y las niñas, quienes son los encargados de no dejar morir esta tradición, hacen lo mismo con su alegría.
Otros desfiles importantes, como los de la carrera 44, la carrera 8 y la calle 85, son organizados por los mismos hacedores del carnaval, quienes solo cuentan con sus propios recursos y en otros casos con el apoyo mínimo de las secretarías regionales de Cultura y del Ministerio del mismo ramo.
La comunidad manifiesta que ojalá para las próximas generaciones la representación cultural de tradición y arraigo más importante de Colombia se mantenga original y popular.