19 feb. CI.- En el municipio El Carmen de Bolívar se encuentra el Corregimiento de Villa del Rosario llamado El Salado. Este es parte de la región del Piedemonte los Montes de María, a una distancia aproximada de 19 kilómetros de la cabecera municipal. Este fue quizás uno de los lugares que con mas sevicia padeció la presencia del paramilitarismo.

Esa zona es tristemente célebre por el período de la historia colombiana que se llama “La Masacre de El Salado”. Entre el 16 y el 22 de febrero del año 2000 -aunque otras fuentes hablan de se alargó durante dos semanas- los paramilitares asesinato masivamente a los pobladores del lugar. Este genocidio fue cometido por el Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia -AUC-, que comandaba Rodrigo Tovar Pupo “Jorge 40”.

Fueron asesinadas 66 personas entre hombres mujeres y niños. Las AUC declararon objetivo militar a la población por la presencia de los Frentes 35 y 37 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -FARC- y la supuesta complicidad de los civiles.

Unos meses antes, el Gobierno retiró la fuerza pública y con la ayuda de las fuerzas militares se fue tendiendo el cerco que permitió a las AUC actuar con total impunidad.

Pero una masacre anterior había ocurrido en el pueblo. En 1997 las mismas AUC -enviadas por ganaderos aledaños- con lista en mano asesinaron a cinco personas, incluyendo a la maestra del pueblo.

En 1999 las FARC hurtaron 400 cabezas de ganado, propiedad de Enilse López “La Gata”, quien controlaba el monopolio del chance (juegos de azar) y tenía nexos con políticos y paramilitares de la zona. Esto provocó la ira de Jorge 40.

A la cabeza de esta masacre estuvieron alias “Juancho Dique”, jefe de las Cooperativas de Vigilancia y Seguridad Privada para la autodefensa agraria -Convivir, que consistieron otra fachada del paramilitarismo en el país-, Rodrigo Mercado Peluffo “Cadena”, y John Henao “H2” -mano derecha de Carlos Castaño.

El Salado es tristemente célebre por la crueldad con la mataron los paramilitares: ahorcaron, degollaron, desmembraron, torturaron y violaron en grupo a las mujeres. Desde un helicóptero ametrallaron las casas y a sus ocupantes. Robaron 2.800 cabezas de ganado. Y, mientras, tocaban tambores y gaitas para “animar” la barbarie.

Hoy, 18 años después, no se ha hecho una real y efectiva justicia. Los autores intelectuales siguen en la impunidad y el Estado no reconoce su complicidad por acción y por omisión en dichos sucesos. Y lo peor es que el paramilitarismo sigue vivo y en expansión por Colombia.

CI JM/PC/19/02/18/7:00