17 nov. CI.- Lleno de tus manos y de los alientos que nos impone el olvido, entre las calles que fueron nuestras a finales de los 80´, así recuerdo y aún vivo a Bogotá.

Por Víctor Garavito*. La misma que hoy camina afanosamente en medio del enjambre humano y la burocracia centralista que habitaba entre la simulación amable y las consignas que nunca resucitaran los sueños; mientras, Lázaro deambula en los rincones que acaso nos permite la incertidumbre de esta vida y los obituarios de las esquinas; al mismo tiempo, que sus paredes nos siguen escupiendo los restos de nuestra propia demencia de país enfermo.

Te recuerdo Bogotá, la de los umbrales que alucinan; pero, también la de Ángela, Aura, Tasha, Adineth, Diana, Maritza, María, el maestro Carlos Caicedo, ¿la de todos…?, y de los que no partieron, esos que se quedaron en la orilla bermeja del río, los que nunca pude volver a ver cuando regrese a casa.

A finales de los 80´s, todos los caminos conducían a La Candelaria, en medio de una ficción que dudaba de sí misma como pan nuestro de ningún día; en esos días caía lentamente la pretendida fabula de la verdad en medio del país de la tierra arrasada por el pertinaz saqueo de las multinacionales.

Y lentamente llegaban los aguaceros de noviembre, donde se anegaba la conciencia de los tecnócratas que presurosos corrían a las puertas de los edificios públicos para inventarse un país que no existía pero que vendía a pedazos con la globalización y la apertura económica que nos despojaba de lo que era nuestro.

Aunque, siempre había un después, nunca un mañana todos teníamos que resistir ante la apretujada fila de la Luis Ángel Arango: la de sus viejos ficheros manoseados por la historia, sus mesas de caoba triste y sus sillas en vilo; no obstante, las noches de los viernes eran de Shakespeare, Giovanna después de las seis y el cine club al anochecer; mientras el desayuno a veces nos esperaba en la Panadería de donde Don Genaro, para recibir el desprecio de un almuerzo lejano y un vaso de agua antes de dormir.

Esa misma Bogotá nos sobornaba con la grandeza de ser la dueña de una nación que «pasó directamente de la esclavitud al servilismo», como diría Octavio Paz, tal vez eso mismo le pasó a Rosa Ángela, mientras me detenía a observar como la ciudad sumergía  su cuerpo en medio de su mundo adyacente y abyecto, atrapado en la mecánica háptica de una historia donde aún algunos “Lloran a Llorente”, aunque sea por arribismo o la tenebrosa convicción neoconservadora que ahora se pasea impune entre los pasillos del Congreso.

Bogotá, la misma de la séptima los domingo a las 5:00 de la tarde con los bolsillos vacíos; la cronicada por todos y su angustiosa espera tras un poco de fama; la poseída por el frenesí creativo de los artistas, el rock en español y la sumatoria de las “bohemia”, esa que nunca apareció porque se marchó de madrugada detrás de la palabra húmeda que siempre la convido a un Paris que tampoco existió, mientras vendía su último número del chance pasando el puente de la 68, donde un día… jamás regrese.

Por eso, estas fotografías son un cúmulo de recuerdos, donde confluyen las líneas que relatan otro tiempo como si fuera… bajo el aura o la partida de un día después; las que arquitectan las viejas calles donde vivimos en La Candelaria; las que no siguen la religiosa lógica del Merchandising, de sus vitrinas ni la linealidad de los discursos con bibliografía.

Víctor Garavito es corresponsal de Actualidad Regional, una plataforma de información de los hechos noticiosos de los municipios del Valle del Río Ariguaní, en el departamento del Magdalena. Es colabrador de Colombia Informa.
Fotografías: ©Artistas Zona, 2010. Serie: Mis recuerdos sin ti.